Evo Morales de vez en cuando nos sorprende con sus juicios y ocurrencias. Recordemos, nada más que como ejemplo, sus opiniones en torno a los efectos de la cocacola o el pollo sobre la virilidad y la caída del cabello.

Ahora el presidente de Bolivia, que se apronta para un cuarto período a pesar de la opinión de sus compatriotas, acaba de afirmar que “para él, la llamada independencia de poderes es una doctrina norteamericana, que está al servicio del imperio”, dicho esto a despecho de los derechos de autor del barón de Montesquieu e implicando a este, a la vez, en algún tipo de esos complots que cada tanto destapa el chavismo bolivariano.

Decididamente la idea de “independencia” de Evo va por otro lado y, en función de ella, busca el atajo para poder ser nuevamente candidato a la Presidencia en 2019, no obstante estar prohibido por el artículo 168 de la Constitución de Bolivia –hecha por él y sus colaboradores– y la decisión del pueblo boliviano que hace año y medio rechazó en un plebiscito modificar las normas para una nueva reelección.

Evo explica su aspiración continuista diciendo que es una decisión de su partido que quiere que siga. “La vida de Evo ya no es de Evo, sino que es del pueblo y haré lo que diga el pueblo”, expresa humildemente.

Su tesis, empero, no parece muy válida por cuanto el pueblo ya le dijo que no de modo expresa. Sin embargo, él y su gente insisten y afirman que hay cuatro caminos por los que se puede conseguir su continuidad: la iniciativa ciudadana –sobre la que ya tiene una mala experiencia–, por decisión de la Asamblea General, renunciando (¿?) un poco antes de finalizar su actual mandato o recurriendo al Tribunal Constitucional Plurinacional de Bolivia para que “interprete” el alcance de los derechos políticos previstos en la carta magna.

Apuesto por esta última vía, sobre todo tomando en cuenta lo bien que interpreta el tribunal los deseos de Evo y lo mal que le va a sus magistrados cuando se salen de línea.

Tal el caso del ex magistrado Gualberto Cusi Mamani, el más votado en las elecciones judiciales de 2011 y que adquirió notoriedad por la forma en que llegaba a sus dictámenes: dejaba caer hojas de coca sobre una manta y según como quedaran, fallaba en un sentido o en otro. Cusi tuvo, en su momento, el respaldo total de Evo, quien advirtió, como ahora con la independencia de poderes, que él no renegaba de la justicia autóctona. Fue más lejos aún, sostuvo que habría que “exportarla” e indicó que no veía por qué siempre había que estar solo sometidos a códigos romanos, franceses o norteamericanos.

Pero pese a este apoyo, al juez Gualberto Cusi no le fue bien. Se ve que las hojas de coca le cantaron mal: sostuvo en el Tribunal Constitucional Plurinacional la tesis de que la reelección presidencial era inconstitucional. Le intervinieron sus teléfonos, lo suspendieron y, además, desde el gobierno revelaron que era portador de VIH.

Esto fue letal para Cusi, quien planteó su caso en la Comisión de Derechos Humanos de la OEA. Según dijo en su momento: “Ahí se me acabó el mundo”. Contó el ex magistrado: “A las semanas que revelaron mi enfermedad vi que estaba muerto en vida”. “Estaba muerto para la opinión publica… me dieron la muerte civil”. “No pudieron demostrar que cometimos delitos, entonces divulgaron mi situación en una sociedad con muchos complejos y tabúes, hubo censura y gran rechazo”.

Como vemos, además de las mentadas cuatro vías, Evo y su gente están resueltos a recorrer el camino que sea para seguir en el poder.

Decididamente, en este tema la conducta de Evo ya no sorprende a nadie.


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