Está en juego en estos momentos de la política –ya lo hemos dicho– el fondo esencial y existencial de la cultura del pueblo venezolano. Quiero hoy detenerme a reflexionar sobre la estructura de ese fondo: la ética que califica y constituye su raíz. Si trascendiendo lo aparente, lo circunstancial, nos fijamos en lo permanente y lo estructural, entenderemos que la ética sobre la cual se funda la práctica de vida de nuestro pueblo es una ética regida por el don y la entrega, no por la culpa, la limpieza y la pureza. Esta sería la típica ética farisaica mientras la ética del don, que al fin de todo es el amor, coincide plenamente con la ética cristiana más profunda. Estoy hablando de cultura, no necesariamente de religión, pues esta ética del don y del amor está presente en las prácticas culturales tanto de los creyentes como de los no creyentes, de los cristianos como los de otras religiones. Por alguna vía se hizo cultura popular venezolana. Es lo más profundo de nuestra identidad como pueblo, es la forma nuestra de habérnoslas con la vida y la realidad toda. Ciertamente eso no nos libra de cometer errores y delitos, o pecados, de actuar contra ella o fuera de ella, pero ella permite que podamos también regresar y recuperarnos. Desde el punto de vista cristiano este fondo ético es el que no se detiene en el remordimiento de la culpa sino que permite la liberación por el sincero arrepentimiento, hace posible el perdón en profundidad y la alegría plena y sin nubes de la total aceptación en el mundo absoluto del amor. En el campo social y político es lo que permite el encuentro entre quienes difieren en opiniones, en gustos y proposiciones porque hay un fondo común a todos, incluso inconsciente, sobre el que las coincidencias y la aceptación son posibles sin exigir para nada la uniformidad. La ética de la limpieza, la pureza y, por tanto, de fondo, siempre la culpa de la que es imperioso librarse pues es productora permanente de remordimiento, angustia y autohumillación y por lo mismo de la visión fundamentalmente negativa del otro que siempre será de algún modo culpable, es productora de las prácticas de aislamiento, segregación y encierro en un personal sentido de superioridad y orgullo de quien se siente más perfecto. Esto tiene efectos políticos y es causante de desunión. En religión, produce el fariseo, el que se siente superior ante Dios y desprecia al publicano por pecador. En eso consistió el gran rechazo de Jesús. Y en eso consiste el intento de desvenezolanización hoy.

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