No hay nada nuevo en el “socialismo del siglo XXI”, la misma destrucción económica, el hambre y la miseria, excepción hecha de la inédita “invasión” del régimen cubano con el aval financiero del venezolano. Al primero le otorgan la administración de la información de todos los ciudadanos venezolanos y, para facilitar su traslado a la isla, se invierte en cables submarinos. En el terreno de la represión, la vigilancia y la muerte, el guion se cumple a la perfección.

Tampoco encontramos novedad en la proverbial animadversión del socialismo hacia el ser humano: están empeñados en crear un hombre nuevo, solo que se desconoce con cuál horma. Su animosidad se extiende a las propiedades de ese ser humano, incluidas las empresas y el sistema de mercado. Ha pretendido suplantarla a través de formas colectivas de producción: cooperativas, empresas de producción social y “comunal” y a través de la orgía de expropiaciones, confiscaciones e invasiones, cumpliendo la máxima de Churchill referida a los socialistas: “Todo lo tuyo es mío”, y su resultado es el fracaso.

Al régimen venezolano le resulta incómoda e inaceptable la autonomía del individuo, las relaciones sociales entre ciudadanos autónomos, la cooperación, la confrontación e intercambio de ideas y proyectos entre personas, al margen del Estado. Ese ciudadano insubordinado al supuesto “interés colectivo”, al “Estado comunal” no es útil para el proyecto de régimen: perpetuarse en el poder.

El proyecto no difiere del que padecieron los ciudadanos de los países donde se instaló ese modelo. El individuo debe someterse al soviet, CDR o “consejo comunal” de turno. Es la instancia responsable de otorgar permisos, autorizaciones y avales a los individuos compelidos a solicitarlos. La supresión de la individualidad incluye la propia existencia, como lo revela lo ocurrido a Fernando Albán en las mazmorras del régimen. Como todo totalitarismo, su pretensión es la de estandarizar a la sociedad eliminando las características propias de cada persona, sus derechos inviolables y su voluntad: el totalitarismo no puede coexistir con la pluralidad y la diferencia humana.

Con esa finalidad han utilizado todos los medios a su alcance para infundir miedo y fomentar la división social y la enemistad con quienes se resisten al proyecto de homogeneización social. El objetivo es desvanecer el carácter gregario del individuo, desmoronar la cooperación y la confianza. La miseria y la escasez propias del socialismo dificultan la supervivencia y transforman la interacción humana en “sálvese quien pueda” y “todos contra todos”.

Es privativo de ese modelo la pulverización del derecho a la propiedad privada en todas sus variantes, y con ello crea un contexto poco propicio al emprendimiento y la productividad, la cual ha caído en picada en estas dos décadas del siglo XXI. La cultura del trabajo ha languidecido. En el caso particular de Venezuela la devastación ha estado acompañada de un combo letal: inseguridad e impunidad. Ambas campean a sus anchas y han hecho del miedo una forma de vida.

El régimen no ceja en su objetivo de manipular la historia para colocarla a su servicio. Han modificado el rostro de Simón Bolívar con el objetivo de amputar la relación de los ciudadanos con su pasado y para apropiarse del presente. La estrategia de desprestigio de las estructuras tradicionales, “el periodo democrático”, la Iglesia, las instituciones, etc., se inscribe en ese propósito de crear su propia “historia” versionada.

La prédica socialista y el uso y abuso de los resortes del poder, valiéndose del mayor volumen de ingresos percibidos por Venezuela en toda su historia, han hecho mella en los ciudadanos. El ejercicio de la “hegemonía comunicacional”, la transfiguración de la educación en sistema de adoctrinamiento y los múltiples mecanismos de presión a través de leyes, decretos, normas, amenazas y hostigamiento sistemático, han creado profundas grietas en el tejido social y han hecho más dependiente al ciudadano de las decisiones del gobierno.

La generación que ha crecido bajo este régimen ha vivido en la permanente condena a la empresa, el mercado y el emprendimiento. Su mira, muy corta y precaria, solo les permite ver y jactarse de estar sentados sobre muchos recursos naturales (petróleo, coltán, uranio, etc.), los cuales utilizan para perpetuarse en el poder. Están inhabilitados para percibir el progreso, la innovación y el desarrollo tecnológico.

Empresarios y emprendedores se asocian con “la riqueza que es mala” (la de los otros por supuesto), explotación e individualismo y la calidad y la productividad como anacronismos heredados del neoliberalismo y el capitalismo global (Samán, dixit). El contexto que han confeccionado con sus políticas y leyes desincentiva la producción de bienes y servicios y la productividad. Han sido dos largas décadas perdidas, de atraso, de desprecio por el mérito y el esfuerzo individual (ver lo ocurrido en Pdvsa) y de valoración de la sumisión y la obediencia cuartelaria.

Son esas las heridas más profundas ocasionadas por este régimen, posiblemente las menos visibles: fracturas en el individuo, la familia y la sociedad, descomposición social e institucional y un clima de desconfianza e inseguridad generalizados. Restañar esas heridas demanda un arduo trabajo. Como en toda transición del socialismo a la democracia, será necesario desplegar una compleja estrategia en múltiples planos, en los cuales la diáspora desempeña un importante papel. Nos planteamos la misma pregunta que en su momento se hicieron Konrad Adenauer y Ludwig Erhard: “¿Cuáles son las reformas que hay que emprender?

La agenda del cambio, dadas las dimensiones de la devastación, resulta extensa y hercúlea. La misma debe convocar a todos, infundir esperanza y servir como instrumento de pedagogía política y de organización social. No podrá evitar ser descarnada, pues no es posible ocultar la desgarradora tragedia humana que padece el país. Es una convocatoria a recuperar la unidad de propósitos para atender los desafíos que no son de poca monta y, por ello, cuanto más consenso en torno a aquello que es necesario hacer tanto mejor.

Apuntamos solo unos pocos temas de la agenda. La necesidad de recuperar el respeto a los derechos humanos fundamentales: el de la vida misma, los de propiedad y libertad de expresión y el libre acceso a la información, etc. Restablecer la seguridad jurídica para dar respuesta a los propietarios a quienes se les confiscó, invadió o expropió. Reinventar el proceso de descentralización, después del oscuro periodo de recentralización del país: socialismo y descentralización y autonomía juegan en campos distintos.

En el espacio de la cultura del trabajo y la productividad será necesario incentivar y premiar el mérito, crear las condiciones que estimulen la innovación y el desarrollo tecnológico y la innovación y la productividad. A la Alemania socialista le llevó un tiempo alcanzar los niveles de productividad de la Alemania democrática. Un inmenso ejército de viceministros, gerentes y empleados públicos labora en empresas quebradas, todas en números rojos-rojitos, algunas de ellas irrecuperables o solo parcialmente o en la “administración pública paralela” débil, obesa y onerosa. Ello exige atención y prefigurar las estrategias, con carácter de urgencia, para su transformación. Hay regiones plagadas de estas empresas, verdaderas bombas de tiempo a punto de explotar.

Restablecer la educación como espacio de creación, confrontación e intercambio de ideas e innovación implica un esfuerzo mayúsculo en distintos frentes: docentes, infraestructura, tecnología, valores, etc. Recuperar la paz, la seguridad, la credibilidad y la confianza en el sistema de justicia y en todos sus órganos es un área de trabajo indispensable. Un asunto urgente es el del clima de seguridad y el de los organismos que lo hacen posible, decidir qué hacer con los aparatos represivos y acabar con la persecución y el hostigamiento.

La agenda de la mejora de los servicios es inmensa: Internet, salud, agua, electricidad. No debemos perder tiempo, pues es preciso incidir sobre muchos factores simultáneamente. Rescatar la cultura, los teatros, el humor y las orquestas va a tomar tiempo. Recuperar el pensamiento independiente, la capacidad de aprender a gestionar la libertad y la responsabilidad no es algo que se produce de inmediato. Recuperar la cooperación, restañar las heridas sociales es un ejercicio que requiere una gran dosis de paciencia. En definitiva, debemos dotar de sentido humano y decencia el proceso de transición.


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