Cada oficio contiene su clave de expresión oral o silente. Hasta puede combinar elementos opuestos como verborrea y largas pausas, prosa y poesía barrocas con repentinos vacíos. Lo captan de inmediato los adictos a las artes literarias y musicales por igual, en particular a la narrativa que insinúa para que el lector participe y en su equivalente sonoro, el  jazz instrumental o  vocalizado.

La comunicación tan inclusiva que emite Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional, ahora constitucional interino presidente encargado  del país, remite a géneros literarios y del pentagrama como Caballos de media noche (editado en 1948, reeditado por Planeta, Perú 2016). Es un conjunto de cuentos  sobre el  complejo erotismo expresado en las barras nocturnas repletas de oyentes del  jazz para casuales y sabios, evocados intérpretes famosos con sus imitadores locales, improvisados, poetas anónimos y los indiferentes a la magia jazzística. Relatos con viñetas de sarcasmo antimilitarista. Esos mesones de bar igualitarios  sustituyen al unipersonal  sofá freudiano y  producen un espontáneo psicoanálisis colectivo, catarsis impregnada de oculto llanto, alcohol y otras drogas blandas.

Su autor es el escritor Guillermo Niño de Guzmán (Lima, 1955), columnista de editoriales, traductor, guionista para cine y TV. Asombra, pero su libro define este código político-lingüístico Guaidó porque: el narrador sabe callar a tiempo y nunca dice una palabra más de lo estrictamente indispensable para que el lector, estimulado por ese juego de sombras chinas, se sienta obligado a intervenir y a completar las historias. En todas ellas lo más importante y decisivo no es lo que dice sino lo que sugiere y deja adivinar. Así lo escribe Mario Vargas Llosa, su descubridor y prologuista.

Los lenguajes  partidistas venezolanos de la década de los cincuenta fueron eco de las ideologías  socialdemócrata (Acción Democrática), socialcristiana (Copei) y Comunista Internacional (aquí PCV). Una jerga “romulera” conectó de inmediato  con los pioneros votantes del primer sufragio post-pérezjimenista y fusionó el  modo expresivo de Rómulo Betancourt con las premisas de la socialdemocracia mundial. El habla  y proclamas  de las actuales consignas  populistas  gritadas por el régimen de Cubazuela provienen de  fascismos hitleristas y stalinistas, autoritarios y amenazantes, con el agregado chabacano, vulgar, obsceno, centrado en la veneración al caudillo Hugo Chávez y su modelo Fidel Castro.

 Juan Guaidó habla lo necesario y pocas veces eleva el tono, interpreta la fatiga del sufriente pueblo venezolano, en especial del mayoritario juvenil, hartos de arengas que repiten clichés sobre su extinto rey. Es el vocero que los representa en su tragedia situacional y por su naturaleza, profesión de ingeniero puntual, experiencia en investigación parlamentaria, sugiere, insinúa y da soluciones  concretas motivando un coro de reacciones y acciones represadas por el miedo durante veinte años armados y desalmados.

Dios, invocado siempre en su discurso, es vocablo genérico, sin nombre propio, signo de respeto para todas las creencias en este católico practicante. Bajo su aparente sencillez, en la manera Guaidó hay conceptos  y mensajes precisos: legalidad constitucional, legitimidad organizada y libertad de elección. Exactamente los tres elementos de civilidad que anula el bestialismo castrochavista. Así, mientras el usurpador condecora a sus militares por masacrar sin cesar a los indígenas pemones, el legítimo  convoca  a todo el sindicalismo  enmudecido bajo represión para devolverle voz y voto.

Es el método Guaidó. Conviene advertir que es por ahora. El exceso en movilizaciones de calle y la  comprensible pero peligrosa inmediatez de adoración personalista sobre un líder puede reincidir en errores. El momento exige respaldo total a Juan Guaidó, pero bajo autocontrol, para no repetir fracasos.

Cada verdad tiene su arte con ciencia.

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