Este pasado 23 de enero marcó para la democracia venezolana un punto de inflexión definitivo. Es la vuelta de tuerca que se estaba esperando en los últimos tres años y que un joven parlamentario, poco conocido hasta escasos días atrás, ha logrado hacer realidad. Juan Guaidó es hoy el ángel redentor de la inmensa mayoría de los venezolanos. En él se ha depositado la confianza del variopinto conglomerado opositor, lo que de suyo es un mérito mayor.

Las concentraciones que se llevaron a cabo este pasado miércoles en cada rincón de nuestra Tierra de Gracia –el grandioso lugar donde se halla el Paraíso Terrenal, según escribió el mismo Cristóbal Colón en carta a los Reyes Católicos–, así como en los pueblos y ciudades del mundo donde los emigrantes venezolanos han encontrado cobijo y resguardo, dan fe del sentimiento esperanzador de un pueblo cansado de sufrir la inquina de la revolución bonita.

Primero con Hugo Chávez y ahora con Nicolás Maduro hemos padecido las consecuencias de una tromba incontrolada y deformadora que nos enfrenta a dos alternativas extremas: enrumbar nuestra democracia por la ruta de la libertad y el Estado de Derecho o hundir al país en el despotismo extremo. En esta bifurcación no hay términos medios: es lo uno o lo otro.

El momento específico del desenlace es impredecible pero en ninguna circunstancia puede pensarse en un lapso extremo, sine die. Las democracias de América y Europa tienen mucho qué ganar o perder con lo que aquí ocurra, por lo que su comportamiento activo como un solo bloque es determinante. Pero esto último no es todo. Tanto la presión ciudadana interna como la presión de los aliados externos tiene que hacerse realidad como grupo monolítico. Esa es la clave para que la Fuerza Armada Nacional resuelva, con el menor número de bajas, el dilema que confronta.

Sin embargo, no debemos asumir como asunto lacrado que la victoria será nuestra. La cáfila de revolucionarios sigue teniendo control de las armas y, además, conservan intactas sus habilidades truhanescas. Ha sido precisamente la actitud ganadora la que en el pasado ha conducido a cantar victoria antes de tiempo, sin calibrar el poderío real de la dictadura. No olvidemos que el fenómeno de la “antipolítica” –que resurgió del lado opositor a raíz del último proceso de negociación que se llevó a cabo con el gobierno– está por allí todavía presente, haciendo vida solapada. No hay que perderlo de vista, como tampoco a esos opositores que están siempre a la caza de alguna canonjía flamante.

Hoy más que nunca tenemos que actuar con circunspección y calma.

@EddyReyesT


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