Es tal el daño que el retorcido pensamiento castrista, empecinado en la teología del fracaso y miseria, ha hecho a Venezuela durante ya casi 20 años de sumisa complicidad chavista-madurista, que la siguiente etapa no será.

Empecemos por recordar aquella Venezuela envuelta en los vapores del bienestar, en la cual ciertas élites que debían haber vigilado la formación cultural, técnica y ética de los venezolanos, el desempeño de los dirigentes políticos, empresariales y gerenciales en el impulso y aplicación de ese orden, dedicaron su atención a críticas para titulares y no para educar.

Hicieron de los partidos, la democracia y los políticos un amasijo de frases pontificales y esencia retorcida. El resultado: colmaron los espacios en los medios, y los partidos principales siguieron deleitándose en sus propios ombligos, bolsillos, y entretanto los venezolanos continuaron, como la democracia y la legitimidad, tirados en la calle esperando que alguien los recogiera.

Y los recogió Hugo Chávez, inflados él y sus cómplices por un discurso hipócrita y demagógico de aquellas élites y medios de comunicación que sentían conciencias le cayeron encima mientras rodeaban al militar insurrecto.

Después de que Rafael Caldera ganó la presidencia, angustiado por la crisis bancaria y una economía complicada, toda una procesión de ilustres personajes –muchos de ellos actuales enemigos o víctimas del chavismo y madurismo– aconsejaron y presionaron insistentemente la libertad de los sublevados, se indultara a Chávez y sus militares tras un encarcelamiento donde recibían visitas y halagos. Escuchó y atendió sus demandas y se las proporcionó. El militar voló de la cárcel y se abrazó gustoso con un astuto y baboso Fidel Castro que hizo sentirse presidencial a quien solo representaba para La Habana dólares y petróleo regalado.

El anciano presidente liberó a Chávez para librarse él mismo de tantos ilusos que más pronto que tarde entenderían que habían imaginado el sueño equivocado.

Desde mucho antes intelectualosos, editores de medios y políticos fracasados asediaron a aquellos militares –y esencialmente a su comandante– que malinterpretaron su juramento a la bandera y a la Constitución, civiles aprovechadores tanto como ingenuos que fueron abonando aquella carrera política con roncerías, información, atracción de políticos y soñadores de carreras cortas y hambres largas.

Entretanto, los partidos que eran emblemáticos de la democracia continuaban en esa decadencia terrible de los grupos que es la pedantería de mirarse y oírse solo a sí mismos olvidando que el pueblo no es una abstracción de la cual se habla, sino una realidad que mira, espera y recuerda.

Quien simulaba mirar y estar dispuesto a cumplir los deseos de cada venezolano, no eran los partidos grandes sino Hugo Chávez con multivariada agrupación en la cual solo él hablaba y era visto, y solo él fue elegido; muchos socialités coincidían en entusiasmarse por quien fungía de héroe vengador, justiciero y nacido del pueblo profundo, el Zamora del siglo XXI que en vez de vender esclavos y verduras, jugaba beisbol, ambos coincidiendo en frases para los oídos populares y en tomar las armas como recurso y fuerza.

Chávez fracasó en su golpe militar, pero triunfó en la propaganda y popularidad, con la experimentada asesoría de Fidel Castro, y la sobreabundancia de dólares por unos precios petroleros en cuya generación no tuvo arte ni parte, pero sí recibió, aprovechó y derrochó.

Con esa difusión y esos dineros, hilvanados a la cubana con amplia complicidad venezolana, se fue cavando una trinchera colosal que luego, de cara al cáncer, confió a Nicolás Maduro quizás confiando en que finalmente no moriría y podría regresar a retomar el control de las palas y los montones de porquería.

Pero no regresó, y Maduro ha resultado –como muchos sabían– un incompetente albañil, la trinchera no solo no se ha reparado, sino que se ha ampliado a tamaño indescriptible.

Necesitamos ingenieros y maestros de obras capaces de llenar adecuadamente la zanja inmanejable, de apisonar bien el relleno para que sea una base sólida, que puedan planificar la construcción encima y edificarla eficientemente, sabiendo leer en detalles los planos.

Pero para llegar a esa fase, a poder construir el gran edificio nacional, necesitamos con urgencia una transición de expertos que quieran, puedan y sepan cómo llenar la excavación, cubrirla por completo, comprimirla eficiente, para que luego pueda construirse firmemente y con mucha altura una gran edificación que podemos ser. No el petrolero, ni el militar, ni el politiquero. El edificio de los maestros y aprendices bien dispuestos, de los productores de riqueza y bienestar, de los creadores que mejoran para exportar.

Por eso cuando termine derrumbándose el gran rancho de paja del cual todos menos algunos caciques sin flechas y un piache que nunca supo de brujería se están yendo, necesitaremos un equipo con coraje, conocimiento y ética de patria verdadera para construir y afirmar la necesaria transición.

Después, restablecida y renovada la auténtica democracia, del pensamiento y renovación, de los que saben y quieren emprender, empezaremos a levantar con planificación, y eficiencia con las manos y miradas fijas en el cielo, la gran torre de una Venezuela capaz de mirar con firmeza, claridad y orgullo justificado nuevos horizontes de grandeza.


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