Lo primero que existió antes de que se hiciera la luz fue el caos, es decir, los elementos en disolución. Allí estaban: la muerte, el color negro, el alma de todo lo que va a ser. El caos es primero, dijo Hesíodo en la antigua Grecia; luego es la Tierra y Eros, que es el mundo. Pero los descendientes del caos son la noche y la oscuridad. La noche engendrará el éter y el día, pero también los más radiantes y oscuros aspectos del universo, es decir, los sueños, la muerte, las guerras y el hambre. Esta concepción, dicen los expertos, enlaza con otras que ven al caos como la oscuridad y el submundo. Pero nuevas cosmologías señalan el caos como el estado original de las cosas ya concebidas, una masa informe y desordenada de la que emergerá el orden del universo. Ha dejado de ser un concepto negativo porque es del caos de donde surgen la luz, la claridad y el saber.

No en balde el día nace justo a la medianoche y las transiciones hacia la democracia parten de decisiones tomadas por el autoritario. Así, Juan Vicente Gómez borró cualquier posibilidad de que algunos de sus violentos y patibularios familiares más cercanos lo sucedieran y nombró a Eleazar López Contreras, quien ejerció la presidencia, acortó el período presidencial y evitó, desde entonces, vestir el uniforme militar. De la misma manera, Francisco Franco reinventó un monarca para que fuese su sucesor y este nuevo rey marchó en dirección hacia la vida civil. Después se convirtió en un perverso. Un ser despótico e impresentable como Augusto Pinochet enderezó la economía que malbarató y llevó al caos un civil de izquierda llamado Salvador Allende. Su sobrina Isabel, en Paula, una de sus novelas más hermosas y conmovedoras, describe la situación política y económica chilenas en el tiempo de su legendario tío y resulta ser una copia al carbón o fotocopia del actual caos venezolano.

Me enferma y me crispa tener que decirlo y aceptarlo, pero la izquierda no sabe gobernar; quien lo sabe es la derecha con la salvedad de que cuando lo hace bolivarianamente precipita el peor de los derrumbes. La derrota política de la izquierda en los años sesenta con la insurgencia armada terminó en la catastrófica “victoria” bolivariana. Me muerdo la lengua al decirlo, pero los errores de la izquierda en Venezuela son estrepitosos.

Para la novelista española Sara Mesa (Un incendio invisible, Anagrama 2017) el caos se manifiesta en los devastados y saqueados centros comerciales de la ciudad de Vado, abandonada por sus habitantes. Pero en su libro es como si trataran de descifrar los entresijos del caos y exploraran en el apoteósico fracaso político, económico, social y cultural bolivarianos: Sara Mesa abría así un espléndido campo de estudio y de conjeturas que habrían dejado a Hesíodo con la boca abierta.

No habrá dificultad para los nuevos teólogos o filósofos ocupados en esclarecer las tinieblas del caos, porque el caos venezolano se asocia a la presencia del golpista mediocre; del oscuro militar llamado Hugo Chávez, áspero, tozudo “telúrico”. Pero este teniente coronel resultó obtuso, vulgar, ordinario y soez y comenzó a arruinar el país de manera desfachatada y con total impunidad, sin saber que iba a morir pronto y dejaría a un civil sin preparación alguna sentado sobre las bayonetas.

Y el caos se apoderó de un país que avanzaba con dificultades hacia su propio destino, sorteando los proyectos de los sucesivos caudillos civiles o militares (54 años civiles desde la separación de la Gran Colombia contra 188 años, militares). Pero nunca el caos había alcanzado los niveles de perfecto desplome como bajo el régimen de las bayonetas sobre las que se sienta, a gusto, el tosco mandatario.

El caos, obligado por su condición, nace de las tinieblas, pero no de las que llamaron la atención a Hesíodo, sino las que ocuparon los sesos de quien inventó el socialismo del siglo XXI, de corte narcocastrista, aunque nadie sabe todavía qué significa o qué ideología oculta; y adquirió la forma concreta de hiperinflación, diáspora, hambre y muerte que no llegaron a padecer los venezolanos ni siquiera durante los duros años de la guerra de independencia. ¡La situación es tan caótica que nadie sabe cómo se va a resolver!

Fracasaron los intentos de diálogo entre un régimen militar tramposo y una incauta oposición, pero a pesar de los fracasos aspiran a dialogar nuevamente con José Luis Rodríguez Zapatero en el coro, sabiendo que se repetirá el fracaso. Se dividen unos y se agrupan otros; hay llamados absurdos y desesperados a elecciones siempre fraudulentas y aparecen candidatos de dudosa oportunidad o pagados por el propio régimen, pescando en aguas turbias. Ya en el colmo de la desesperación, hay quienes claman por otra invasión extranjera. Digo “otra” porque ya sufrimos la cubana de Machurucuto, fracasada pero aplaudida y celebrada erróneamente por la izquierda insurgente de los años sesenta. ¡La verdadera invasión es cubana! ¡Hugo Chávez entregó el país a los cubanos y el hermano de Castro ríe satisfecho! ¡Pero el caos sigue! Se agrava cada día. ¡Se hace más denso! Se prolonga en el hambre, en la diáspora y en las angustiosas peripecias del dinero.

Y pensar que la solución está en la renuncia del compatriota del presidente Pastrana y de todo su gabinete; que regresen los militares al cuartel y dejen en paz el desprestigiado socialismo del siglo XXI. Pero siguen aferrados a su rentable tozudez y…

¡Perdonen! ¡Tengo que interrumpir…! ¡El caos está tocando a mi puerta!


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