La historia de Venezuela nos ha enseñado que el 12 de febrero constituye una fecha épica. Desde hace muchos años fue decretada oficialmente como el Día de la Juventud. Todos sabemos, y nos llena de sano orgullo patriótico, que la juventud venezolana dignamente representada por los estudiantes de la universidad de Caracas y del seminario se aprestaron voluntariamente para defender a la naciente patria ante las amenazas representadas por las avasalladoras patas de los caballos jefaturados por Boves. En La Victoria, heroica ciudad aragüeña, aquellos insignes jóvenes pararon en seco y pagaron con el inestimable precio de la  sangre vertida a caudales al sanguinario asturiano.

En octubre de 1945 los cadetes de la Escuela Militar alzados contra el gobierno de aquel entonces combatieron rudamente en contra de la policía de Caracas (fiel al régimen) y también contra algunas unidades del Ejército. La Planicie fue escenario de aquella gesta. Hubo sangre vertida de ambos lados. Los pundonorosos cadetes tuvieron dos bajas significativas y numerosos heridos. Los alféreces Porras y Cedeño Tabares ofrendaron sus juveniles vidas en la contienda. Ambos fueron epónimos de las promociones de cadetes egresadas en 1945.

El 22 de enero de 1958 los cadetes de la Escuela Militar se alzaron contra la dictadura perezjimenista. El obeso y rollizo dictador (al igual que el de ahora) tronó cual Júpiter tonante y, presto, con supina cobardía obesa, ordenó al batallón Bolívar acantonado al frente del alma mater castrense que la tomara de inmediato. El coronel, jefe del batallón, se negó a cumplir la temeraria orden. Aduciendo, con razón, que no estaba dispuesto a propiciar derramamiento de sangre de cadetes. Tal hecho y el despliegue de los barcos de guerra en alta mar propiciaron la consabida frase del guachamarón y sempiterno segundo milico del régimen dictatorial: “Marcos, vámonos, porque pescuezo no retoña”.

En Iberoamérica hubo un acontecimiento heroico en el siglo XIX. El 13 de septiembre de 1847 cadetes del ejército mexicano enfrentaron con denuedo al invasor en los sucesos que dieron origen al nacimiento del estado de Texas en Estados Unidos. Aquellos cadetes combatieron con denuedo, honor y valentía. Seis de ellos perdieron la vida en defensa de su patria. “Los niños héroes de Chapultepec” (así son conocidos) son venerados con pasión patriótica y tienen erigidos varios monumentos en territorio azteca. El más conocido está erigido en  Michoacán.

Todas las anécdotas e imágenes evocadas y señaladas vinieron a mi mente con motivo a las ocurrencias suscitadas el pasado 4 de agosto donde se conmemoraba un aniversario más de la Guardia Nacional. Al pie de la tribuna presidencial se encontraba desplegada la vistosa formación castrense. En primera línea estaba el cuerpo de alféreces y cadetes de dicho componente. A su lado la vistosa Banda Marcial. Se trataba, al decir de la sempiterna jerga oficial,  la crema y nata de la “gloriosa Guardia Nacional”.

Se escucharon en el interregno dos detonaciones. Se pudo observar, antes de que se suspendiera la transmisión televisiva, el gesto normal de sorpresa de la esposa del presidente de la república. De igual modo la toma panorámica del componente militar desplegado y la singular estampida burrera y cobarde de los aspirantes a oficiales de ese cuerpo militar. ¡Sálvese quien pueda!… ¡A las letrinas carrera mar! Todo producto del imaginario “toque de degüello! percibido en sus atolondradas orejas. Tan común en las cruentas contiendas armadas del siglo XIX.

El miedo es libre. Lo sentimos todos los seres humanos. Quien diga que no lo tiene, o es un mentiroso consumado, o es un ser con innegables trastornos conductuales. Lo importante es sobreponerse al miedo. Con la gozosa audacia para confrontarlo debidamente. Esta premisa –se puede decir así– es connatural en los individuos. Muchos lo logran y otros no. Lo que resulta incomprensible es que aquellos que escogen la carrera militar como profesión no estén persuadidos en la firme creencia de que la vida estará siempre en juego si las circunstancias así lo ameritan. Es recurrente en todos los ejércitos del planeta que a pesar de la insoslayable presunción de valentía, pueden originarse conductas signadas por la cobardía. A estos se les execra y se les castiga –estigmatizándolos– por transgredir el Código de Honor. Se trata, entonces, de que los cobardes dentro de toda organización militar constituyen, en principio, la excepción a la regla.

Luego, por cuentagotas, vimos filmaciones –algunas sesgadas– de los acontecimientos que terminaron por aclarar un poco más los lamentables hechos acaecidos. Pude observar que el único del cuerpo de generales y almirantes presentes en la tarima presidencial que asumió una actitud cónsona a su rango fue el marcial descendiente de Negro Primero (por su pigmentación de la piel) quien en postura de alerta y de próxima defensa agazapada mantuvo una actitud si se quiere apropiada en aquella difícil circunstancia.

Comentario aparte. Digno de resaltar. Fue la actitud asumida por la Guardia de Honor Presidencial y los respectivos edecanes. Al alimón con el cuerpo de escoltas civiles encargados de la seguridad del presidente. Fue patética e indigna la discriminación pública y notoria de los géneros tan cacareada por las actuales autoridades. Se pudo observar a la llamada “primera combatiente” íngrima y sola. Casi como ánima en pena. Con las manos cruzadas por delante; observando impertérrita y resignada el despliegue de protección vilmente excluyente otorgado con exclusividad a su marido. El tradicional gentilicio venezolano rodó por el suelo y se vio ostensiblemente disminuido ante la oprobiosa e indigna actitud de dejar a una fémina en abandono y desamparo total. Los “pundonorosos miembros de la Casa Militar y el cuerpo de guardaespaldas civiles” se circunscribieron exclusivamente a resguardarlo a “él”; pero no a “ella”. No hubo venezolanos y venezolanas; niños y niñas; ciudadanos y ciudadanas; generales y generalas; hampones y “hamponas”.

Estamos a la espera de los actos de ¿desagravio? al ¿ofendido? cuerpo castrense anunciado con bombos y platillos por Maduro y su combo. Concluiríamos los comentarios con la convicción plena de que el eslogan no oficial, pero comúnmente aceptado por la ciudadanía en general, se hizo  expedito, gráfico y aleccionador: “El guiso es su divisa”…

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@CheyeJR

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