Sobrevivimos, estamos de pie, seguimos aferrados a la verdad, a la razón y a nuestras esperanzas. Somos sobrevivientes de esta catástrofe. Por más fuertes que hayan sido los vientos, hemos demostrado que  estamos hechos de ideales, convicciones y valores. El presidente Juan Guaidó durante su intervención el lunes en la reunión del Grupo de Lima, en Bogotá, lo resumió así: «Los valores democráticos están presentes en cada venezolano que se moviliza, que siente, que hoy tiene esperanza de cambiar su futuro y que está determinado a continuar».

Definitivamente vamos bien, vamos muy bien. El que piense lo contrario es porque, lamentablemente, prefiere ver el vaso medio vacío, ignorando todos los avances que hemos alcanzado solo en un mes. De ese desgano y críticas destructivas sin parar abundan en las redes sociales. Mantenerse inmersos en el lado negativo de las cosas es una ofensa para con nosotros mismos, nuestros sacrificios, nuestro dolor y nuestros logros. Es seguir saboteándonos, alimentando la desesperanza colectiva que por años nos inculcó el chavismo y que, gracias a ella, hicieron con nosotros lo que les dio la gana.

El cortoplacismo se ha convertido en un cáncer para los venezolanos. Queremos que se acabe en un mes el mal que se ha enquistado en nuestro país durante 20 años. El sube y baja de nuestras emociones es impredecible, puede pasar de extremo a extremo en cuestión de segundos. Es entendible por el desespero ante una brutal realidad que nos ha dejado sin aliento pero que no justifica que, estando tan cerca de lograr el objetivo con el apoyo mundial, perdamos la perspectiva y no analicemos el contexto más allá de nuestras narices. Lamentablemente la diplomacia y el hambre de un pueblo no se mueven al mismo compás. La primera se lleva su tiempo, mientras que la segunda hace estragos todos los días.

«Les hablo en nombre de un pueblo que ha resistido, que ha sobrevivido, y que hoy pide honradamente ayuda y cooperación para avanzar en la presión necesaria para acabar con la usurpación de poder», señaló Guaidó ante el Grupo de Lima e invitados. Agregó: «A pesar de todo, aquí estamos de pie. La transición en Venezuela es un hecho. Es una esperanza que nació para no morir, con la determinación de sus ciudadanos. No esperen menos de mí, no esperemos menos del pueblo de Venezuela, no nos demos menos de lo que merecemos como región, como país. Es el momento de cambiar la historia».

Y no tengan dudas de que nuestra historia va a cambiar, más pronto de lo que podamos imaginar. El mundo entero, con algunas excepciones cuyos gobiernos están ampliamente cuestionados por violación de derechos humanos, respaldan la presidencia de Guaidó y rechazan enérgicamente el despiadado comportamiento de Nicolás Maduro y su grupito. La quema de medicinas y comida es y será siempre imperdonable. No en vano los presidentes y demás representantes de los países de la región dejaron a un lado la diplomacia y utilizaron contundentes adjetivos para calificar a quienes están en Miraflores: «Cúpula involucrada en crímenes trasnacionales», «criminal, militarista y no democrático», «amenaza para la democracia», entre otros.

Por su parte, Mike Pence, vicepresidente de Estados Unidos, le expresó a Guaidó el mensaje del presidente Donald Trump: «Estamos 100% con ustedes». Asimismo, aseguró que había llegado la hora. «Seguiremos apoyándolos hasta que la democracia y la libertad sean restauradas en Venezuela».

Mantengamos la convicción de que lo vamos a lograr. Depongamos las posiciones derrotistas. Por primera vez en esta lucha desigual de dos décadas tenemos todas las cartas a nuestro favor. El desenvolvimiento de Guaidó ha sido impecable. La valentía de nuestros diputados es para sentirnos orgullosos. El arrojo, el ímpetu y la perseverancia de los venezolanos ha sido la impronta del éxito.

Recuerdo una reflexión de la película española Pan Negro: «Lo peor de las guerras no es pasar hambre o tener que huir, o incluso que nos maten. Lo peor es que nos hagan perder los ideales, porque sin ideales una persona no es nadie». En Venezuela nadie se rinde porque pronto viene el de repente de Dios.

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