En Venezuela estamos en guerra pero no hemos querido reconocerlo.

No es una guerra contra otros países, es una confrontación interna. En efecto, el régimen considera como enemigo interno a todo aquel que se resiste aceptar su política cuyo objetivo fundamental es perpetuarse en el poder.

Chávez llegó con aspiraciones de quedarse para siempre; lo mismo Nicolás Maduro, para ellos y sus mentores, esto es tierra conquistada.

El modelo que representa el socialismo del siglo XXI establece la manera de controlar la sociedad, no es el convencional, ese que está regido por el principio de la separación de poderes, donde debería prevalecer la independencia plena entre Ejecutivo, Legislativo y Judicial para que de esa manera se garanticen las libertades ciudadanas. No, amigos, aquí hay un solo poder, que lo encarna “la revolución” y, entiéndase bien: la voluntad de la revolución se expresa a través de su ventrílocuo llamado Nicolás Maduro.

En las guerras se destruye al enemigo. 

Así como lo leen, en la guerra el objetivo es destruir al enemigo, por eso hemos visto ataques sistemáticos contra todo lo que considere “la revolución” como un peligro para lograr su permanencia.

Devastó los medios de comunicación libres, solo permanecen activos muy pocos que le llegan a poca gente, eso lo tiene bajo control. Lo mismo con las fuentes de producción. Deliberadamente inició una cruzada de expropiaciones de empresas en plena actividad que generaban empleos y ganancias, fincas, acabó con el sistema de salud prefiriendo contratar pólizas de seguros para que los trabajadores del sector público acudan a los centros de hospitalización privados antes que invertir en las centros hospitalarios del Estado, lo que ha causado un colapso en las clínicas privadas.

Todos tienen que depender del Estado.

La estrategia del régimen es muy clara: minar todos los caminos que conduzcan a las libertades. El control es absoluto. No puede haber un solo venezolano que pueda considerarse libre. Todos, absolutamente todos, deben depender del Estado para subsistir.

Acaba con el efectivo y proporciona libretas de tickets, destruye las fuentes de trabajo y asigna pensiones, desaparece los alimentos y proporciona las cajas “CLAP”. Promueve las elecciones pero define cuáles deben ser sus contendores.

En las guerras el fuerte exhibe su fortaleza para infundir el miedo y paralizar al enemigo. Un buen estratega escoge el terreno donde pelear. “La revolución” siempre lleva a sus enemigos al campo de batalla. Debemos decirlo: hemos sido tímidos para calificar al régimen. Nuestros temores nos impiden reconocer que estamos en guerra y, querámoslo o no, todos estamos involucrados.

El régimen nos ve como soldados y dependiendo de nuestro comportamiento seremos considerados como aliados o como enemigos. Lo sabemos y preferimos callar, quizá porque pensamos que nuestro silencio nos apartará de cualquier desenlace. Queremos libertad, pero nos da miedo transitar por el camino de la liberación. Deseamos prosperidad, pero preferimos que otros luchen. Queremos salir del régimen, pero aceptamos sus estrategias para combatirlo.

Elecciones anticipadas.

Considero una necedad abordar el tema electoral, constituye una garrafal ingenuidad imaginarnos que las guerras se acaban con eventos electorales. En las guerras gana el más fuerte, el mejor armado, el que diseñe mejor su estrategia de lucha, y no necesariamente el que tenga más soldados.

Adelantar las elecciones no es un mensaje para la oposición, ese adelanto obedece a una clara estrategia del régimen, que consiste en ratificar al “comandante de los ejércitos revolucionarios”. Maduro seguirá siendo el comandante presidente y nadie más de sus filas. No tiene ningún sentido lógico realizar unas elecciones presidenciales con nueve (9) meses de anticipación a la toma de posesión. Recordemos, de acuerdo con la Constitución, los presidentes deberán tomar posesión de su cargo el 10 de enero, es decir, en este caso, Nicolás Maduro asumiría para iniciar su segundo periodo, el 10 de enero de 2019.

Tiempo de alianzas.

Si admitimos sin ambages que estamos en guerra, tendríamos solo dos opciones: involucrarnos para enfrentar al enemigo o simplemente huir.

Ambas son absolutamente entendibles y respetables.

Lo que jamás pudiéramos entender es la conducta de muchos que piensan que siendo indiferentes es la mejor manera de subsistir, vaya que están equivocados, porque a ellos también les llegará su hora. Seguir tolerando esta situación es resignarnos a vivir como esclavos. Dejaremos de ser ciudadanos para convertirnos en individuos sin derechos y estaremos condenados a permanecer a merced de los designios del régimen.

En las guerras deben definirse estrategias, las más importantes son buscar alianzas y escoger el terreno de las confrontaciones.

En este sentido, quienes han tenido la necesidad de huir, no por miedo o por ser indiferentes sino para moverse con mayor facilidad en el terreno de las alianzas, han hecho buen trabajo. Varios países están dispuestos a ayudarnos y a unirse a las ideas libertarias. No desaprovechemos ningún espacio, la batalla no será electoral, será mucho más grande que eso, esa batalla la ganará quien demuestre más poder y más armas; quien posea mayores herramientas para someter al enemigo. En lo interno hemos perdido las batallas. El enfrentamiento siempre lo ha provocado y ganado el régimen, en lo sucesivo es indispensable evitar enfrentamientos en tanto y en cuanto no estemos seguros de nuestra victoria.

Del mismo modo como el régimen ha logrado paralizarnos infundiéndonos terror, ellos también pueden ser neutralizados si son conscientes del poderío de nuestros aliados.

Dejemos la ingenuidad y dediquémonos a buscar alianzas.


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