El aniquilamiento a la que se somete a una población no se restringe únicamente a acabar a la gente en su condición física. La política de Estado desata   hambrunas, a propósito, para hacer a los habitantes sumisos, sometidos y dependientes.

Que nadie tenga dudas o confusiones: la intención, marcada con saña por quienes detentan la conducción del Estado en Venezuela consiste en quebrar cualquier resistencia de los oponentes, al precio que sea y sin medir consecuencias. Lo más importante, para ellos, es mantenerse en el poder. Poco valoran si convierten a inermes ciudadanos en estropajos. Para alcanzar esos objetivos ignominiosos se trazan el propósito de derrumbar las fortalezas morales, en tanto refugio de la gente pensante.

Ya hay bastantes estudios que dan cuenta de los orígenes del sicariato, también denominado, en algunos lugares y en otros tiempos: muerte por encargo, solo que para los efectos de las específicas circunstancias por las que atraviesa hoy nuestro país, nos conseguimos con un espectro amplio porque, con certeza, han secuestrado a toda una nación, y los crímenes que perpetran son variados y de distintos calibres y tipificaciones: persecuciones y aniquilamiento de las organizaciones políticas adversas; censura, hostilidad y terror a los medios de comunicación, a los comerciantes, industriales  y productores honestos han causado la más incalculable diáspora que haya conocido Latinoamérica; encarcelamiento a dirigentes sin fórmulas de juicios o trampeando la ley… ¡Están matando la civilidad…! ¡Están acabando con las estructuras y soportes democráticos…!

Vivimos tiempos convulsos, atribulados, confusos. Hay una espantosa crisis que envuelve completa a la asfixiada sociedad civil. Hay una ausencia de referentes firmes.

Todo se presenta endeble, se torna movedizo, precario. No únicamente en lo económico; en todos los ámbitos. Por donde usted meta la cabeza, la crisis hace invivible cada situación.

Estamos padeciendo un tiempo de extremos vergonzosos, atribuible, precisamente, a quienes se creen dueños del Estado, que han hecho sistemático el crimen a la civilidad en Venezuela. Han transformado el Estado en un esperpento sicarial, cuyo objetivo apunta a liquidar a quien se atraviese. Han devenido en una horda tribal multiforme que corroe.

Por muy extensas e intensas que sean las complejidades confrontadas, debemos redoblar nuestra mística para que prevalezca, entre nosotros, la concepción humanista y libertaria, característica esencial de los demócratas.

Dicho otra vez, para quienes somos humanistas y demócratas los seres humanos deben ocupar el centro de las significaciones y realizaciones, antes que el Estado. Y menos la entelequia que nos están dejando.

En el patético trance amargo de sufrimiento generalizado, hoy estamos obligados a pronunciar sin miedos y con mucho más fuerza que el Estado y sus instituciones deben ponerse al servicio de los ciudadanos, y no el ciudadano arrodillarse ante un Estado manipulado, con perversión, por una secta de ineptos.

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