Aunque no hay un claro o único concepto sobre lo que es un Estado fallido, podemos afirmar que un país cuenta con bastantes posibilidades de ser catalogado como un Estado fallido si está bajo un gobierno autoritario, que tenga una paupérrima calidad institucional, que sufra de profundos problemas económicos, que presente niveles de empobrecimiento elevados y crecientes, donde la inseguridad personal y jurídica sean un enorme problema y exista una galopante corrupción.

En un Estado fallido la prioridad de la élite gobernante no es ni remotamente generar bienestar para los ciudadanos, el objetivo, además de mantener el poder (a toda costa), es convertir a esos ciudadanos en una suerte de esclavos, de zombis, de almas agradecidas con el líder y su grupo, y exacerbarles el nacionalismo. Con eso garantizan lealtad, miedo y el poder. Solo yo puedo alimentarte, puedo proporcionarte una vida plena, alejada de los vicios de otros países, de sus perversos sistemas, de gobiernos que quieren nuestras “riquezas”, a pesar de que el hambre, la escasez y la mala calidad de vida sean lo más común.

En estos países es normal encontrarse grupos paramilitares encargados de ir contra cualquier sector de la población que exprese alguna disconformidad por la forma como se maneja el país. Económicamente tienden a la autarquía, a alejarse de la comunidad internacional y a sufrir diásporas, estampidas de población hacia otros países buscando escapar de la miseria, de la violencia, de la desesperanza. La economía de un Estado fallido es un eterno colapso. En los Estados fallidos no hay sistema de precios. La escasez y la nefasta “política económica” del gobierno han generado que la economía sea una tragedia. No hay posibilidades reales de mejorar. La economía subterránea es gigante, a tal punto que hasta se puede decir que en medición económica hay dos países. No se cobra impuestos, no son importantes. Si se puede llamar gestión fiscal, esta se financia con inflación. El país está dolarizado en la práctica, aunque en la teoría se hable de una moneda nacional.

El país se lo reparten grupos de poder dentro del gobierno que imponen su ley, sus reglas y luego se reparten el botín. Lo poco que exporta el país es para alimentar esos grupos de poder y mantener contentos a los grupos armados que le dan soporte a quienes ejercen el poder. El contrabando es común en los Estados fallidos.

Un Estado fallido que se respete tiene elevados niveles de inseguridad, en parte propiciados por el gobierno como política de Estado. La impunidad roza porcentajes increíbles y el Estado de Derecho es un fantasma. El sistema de justicia no funciona, solo sirve para generar terror y aumentar el poder del gobierno. En estos Estados no se respetan los derechos humanos, las cárceles muestran numerosos presos políticos.

En un Estado fallido la norma es que la gente viva muy mal, en constante incertidumbre, con servicios públicos (el Estado es dueño de monopolios que abundan en la economía) de muy baja calidad, al menos para 99% de la población de ese país. Hay un pequeño sector, conectado con el gobierno que sí vive bien, no pasan hambre, tienen alto poder adquisitivo, se dan lujos, pero le venden a la población una caduca ideología: la necesidad de hacer sacrificios, la importancia del nacionalismo, al estilo de una secta religiosa que les pide a sus seguidores inmolarse para conseguir en el futuro una vida mejor. Se impone el control social como arma de chantaje para comprar lealtades en medio del hambre.

Tampoco hay derechos de propiedad. No puede haberlos, el gobierno se ha encargado de destruirlos. La inversión extranjera es poca, casi inexistente. No hay transparencia en el manejo de los recursos públicos.

Por cierto, las características antes señaladas, nos recuerdan mucho a un país de Suramérica.


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