El sábado 13 de abril se estrenó el tercer episodio de la serie documental Nunca jamás en Venezuela, dedicado a los presos políticos Vasco Da Costa, Gilber Caro, Iván Simonovis, el general Ángel Vivas y Lorent Saleh.

Una joven mujer da la cara por el proyecto y casi por la comunidad entera del cine venezolano.

Mientras la mayoría de sus colegas prefieren pasar agachados, para no comprometerse, ella asume el compromiso político de enfrentar a la dictadura con su creatividad al servicio de la causa de las víctimas de la represión.

Claudia Smolansky no es la típica cineasta del patio, pendiente de la figuración y de la farándula por redes sociales. Mantiene un sobrio bajo perfil refrendado en una obra emergente de gran impacto estético y profundo sentido ético. Trabaja como periodista para diferentes portales alternativos. La organización no gubernamental Un Mundo sin Mordaza apoya el contenido de sus reportajes audiovisuales. Es una caraqueña con buena imagen, trato amable y capacidad de oratoria. Una líder en ciernes.

La conocimos en la sala José Ignacio Cabrujas, del Centro Cultural Chacao, el día del estreno de su más reciente documental (realizado en conjunto con Juan Vicente Manrique).

Ahí la vimos introducir el origen de su propuesta, con motivo de la perpetuación del problema denunciado. A 17 años de los sucesos de 2002, resulta pertinente y oportuno abogar por las causas de la familia Simonovis y otros procesados de la resistencia en los tribunales de la inquisición roja.

Nunca jamás en Venezuela: presos políticos presenta el seguimiento de diversos casos emblemáticos del sistema kafkiano montado por el régimen, desde la imposición de un derecho divorciado de la ley, de la racionalidad, hasta del discernimiento común.

La cámara solo muestra los alegatos y testimonios de esposas, hermanas e hijas de los condenados. Las mujeres explican, delante del lente, cómo opera una maquinaria de abolición y menoscabo de los derechos humanos.

Se explican las torturas sufridas, los vejámenes, las puertas derribadas, las casas allanadas, los cuerpos detenidos en ausencia de abogados, las pruebas sembradas, los daños colaterales, los procedimientos de un entramado corrompido.

A final, la defensa corre por cuenta de ellas y de los pocos dolientes de los sentenciados a cumplir penas de años de oscuridad, censura y soledad.

El cortometraje, por tal razón, adapta y supera el precedente de Basta del maestro Ugo Ulive, centrado en el alegato de un hombre sometido a un calvario absurdo.

Claudia Smolansky rueda una película que va más allá en ambiciones, conceptos y logros técnicos, ocupando un lugar único en la historia de nuestro séptimo arte.

Por temática, la contundencia del documental se alinea con el perfil del largometraje de Luis Correa, Ledezma: el Caso Mamera, que fue silenciado durante décadas y provocó la persecución de su director.

De igual modo, la integridad de Claudia Smolansky corre riesgos en dictadura y por ello su mérito es doble. Debemos velar por su derecho a la libre expresión.

Nunca jamás en Venezuela: presos políticos culmina con unas esperanzadoras palabras del diputado de Voluntad Popular Gilber Caro, quien afirma honrar el valor del perdón y no albergar resentimientos en su alma.

Gilber es protagonista de La Causa, otro impresionante documental gestado por la generación de relevo del país.

Como en la Argentina y el Chile de los sesenta, el cine de no ficción sirve para desnudar al fascismo y combatir a la impunidad.  

La sociedad vive en una cárcel, sin agua, luz y alimentación digna. Los pranes controlan el hacinamiento y el racionamiento del penal país. Hoy todos somos presos políticos. Debemos romper las cadenas del calabozo comunista.


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