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«Hay tres tipos de mentiras: las mentiras, las malditas mentiras… y las estadísticas». Benjamín Disraeli

1. Las estadísticas son más fascinantes, útiles y divertidas de lo que uno imagina. Es una logia de profesores de bachillerato (y Disraeli) los que le han creado su leyenda negra. Si uno usara más estadísticas y menos arranques emotivos, la desinformación se reduciría.

Vale decir que no todas las estadísticas son creadas iguales. Hay estadísticas profesionales, no manipuladas, que ofrecen una aproximación muy precisa a alguna realidad. En Venezuela alguna vez se hicieron estadísticas decentes, en la OCEI prechavista. Ese fue mi primer trabajo profesional, en el último censo de calidad, que se hizo en 1990. Sin sumergirme demasiado en matemáticas, puedo asegurar que los números proveen un poderoso sustento fáctico para las noticias, reportajes o argumentaciones que tengo a diario.

Pero, claro, están las «estadísticas» mal hechas, que deforman la realidad; y otras que sencillamente se fabrican o distorsionan para mentir. El régimen venezolano es experto es destruir la credibilidad de las estadísticas simplemente falseándolas.

2. Pero hay manipulaciones más sutiles, como la que llamo «la falacia de la desproporcionalidad». Por ejemplo, si en los 40 años de democracia venezolana hubo inflación –que la hubo– y en el régimen chavista también, ¿cuál es la diferencia? ¿De qué se queja la «derecha»?

Si en Venezuela hay inseguridad, alegan que en Estados Unidos también y hasta en España. Pero si vamos a los números la diferencia de proporción en contra del chavismo es sencillamente inabarcable. En 2016 la tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes en Estados Unidos fue de 5,35; la de España 0,63 y la de Venezuela de 56,53, según cifras del Banco Mundial. ¿Son equiparables esos índices? No.

3. Hay otra deformación muy común. La llamo «Estadísticas de Muestra= 1».

Por ejemplo:

Alguien: —Tengo pensado ir a la tienda XYZ, ¿la conoces?

El otro: —Esa tienda es malísima porque la primera y única vez que fui una cajera me atendió mal. Más nunca volví. ¡Ni se te ocurra acercarte!

Alguien: —¿Y la tienda OPQ?

El otro: —¡Menos! Una amiga mía fue y no le gustó.

Si se dice con suficiente autenticidad, la gente lo cree. Signo de confianza, a veces, pero también de comodidad o autosuficiencia.

Mucha gente (sobre todo en redes) es capaz de afirmar que A es B basada única y exclusivamente en un caso que le ocurrió a una persona (a veces desconocida). Ignoran voluntariamente el concepto de «muestra estadística» porque es plural, es decir, trabajoso, conjunto mayor de 1, de cientos o miles, con una metodología representativa y bien «preguntada».

Pero son las estadísticas de muestra 1 las que me fascinan.

—“Ayer me dolió la pierna y llovió. Hoy me está doliendo otra vez, así que si sales no olvides el paraguas.”

—“Quien emigra hacia el país Tal le va bien. A mí me ha ido bien…”

—“Quien emigra hacia el país Tal le va mal. A mí me ha ido mal…”

Un individuo como centro del conocimiento, una encuesta de 1 de modo que lo que dice ese individuo es tomado 100% como correcto, por él mismo y por quien le cree (que los hay). Lo peor es que es contagioso y otro lo cree, lo difunde y más gente se une a esa cruzada de opinión (o manipulación) disfrazada burdamente de «dato estadístico» o criterio de autoridad con ilusión estadística.

4. Una cosa es la opinión y otra es la ciencia.La opinión es barata. Es decir, hay tanta en las redes que ya no sobresalen las excelsas e informadas. ¿Cómo darles fuerza a las nuestras? Pongo un ejemplo.

El otro día discutí con una socialista española. Fue una discusión cordial, aunque sarcástica. Cuando digo que en Venezuela, país sin democracia, gobierna un régimen autoritario, los dolientes de ese régimen autoritario o los socialistas de alma me dicen que esa es mi opinión, que ellos también tienen la suya y bien distinta.

En vez de listar violaciones de derechos humanos o el caso de la ANC, apelo a una autoridad superior basada en investigaciones de campo. Cito el «Índice de Democracia» de The Economist, una de las publicaciones más prestigiosas del mundo y uno de los estudios más completos sobre funcionamiento democrático. En la imagen se ve claramente que Venezuela está en los últimos lugares (117 de 167 con 3,87 puntos). Como referencia, China tiene un score cercano: 3,32 y Rusia mucho menor: 2,94. Se califica a Venezuela de «régimen autoritario” y está ya en el umbral de las dictaduras.

¿Qué tal? Por supuesto que no lo aceptó. Le bastó con decir que The Economist era una publicación británica que apoya el status quo y la superestructura bla bla bla, pero yo sentí en esa huida una capitulación porque el poder de los números solo se combate con otros números, mejores o más acertados, pero no los había o son de una fabricación que se desmonta rápidamente.

En el fondo saben que es cierto, pero no lo aceptarán. Si eso ocurre, aquel que observa la polémica con ojos desapasionados y no involucrados detectará muy bien quién aportó datos válidos para su argumento. En este mundo actual lleno de debates en redes hay un segmento educado y buscador de lo cierto. Qué hacen con esas certezas ya es otra cosa, pero siempre respetarán a quien soporta sus discusiones con información de calidad.

Son muy capaces de separar el trigo de la paja. Y nosotros deberíamos ser productores de trigo informacional, no de lo otro.


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