Esta penuria brutal de hambre y miseria que padecen los venezolanos, y que el discurso gubernamental niega, es la pesadilla cotidiana. Ese silencio que tiene muchos rostros. Ciudadanos de carne y hueso, y muchos más huesos en sus cuerpos, en sus caras. Esas expresiones y desencuentros, muchas veces hirientes hacia la clase dirigente que se les ve rozagantes. Que alguna pareciera no escuchar y hacerse el ciego. Indolente. Y que la cinematografía la expresa en esta expresión: «Se ha pasado al lado oscuro de la fuerza». Voces en cada acera, de cualquier lugar, en el abasto, el banco, las filas, sus calles, se expresan en cada postura individual, ese abatimiento en la cotidianidad. Rostros de desesperanza, con miedos y sufrimientos, tratando de sobrevivir a esa energía que agobia, que tortura, que somete a muchos.

Expresiones como: «Ojalá estemos aprendiendo esta lección. Nos tocó. Y yo esperando en mi sector, esa migaja ofrecida cada 15 días y llevo 7 meses a la espera de la caja de alimentos y me saqué el carnet y me inscribí», uno escucha esos relatos de vida.

Se me fue el hijo, el sobrino, mi cuñado, buscando oportunidades en otras tierras. Se marcharon de esta pesadilla y nos tocó vivir la despedida, pero con la tranquilidad de que estarán mejor que nosotros ya que podrán alimentarse y cuidar su salud.

Y los que aún estamos acá con desasosiego, agradeciendo cada día que amanece que hemos sobrevivido. A veces sin energía y con las emociones a flor de piel. Observando el país fracturado, corroído y con sus implicaciones emocionales y el plan muy bien urdido por las mentes y las fuerzas de la maldad.

Cada uno con su procesión por dentro, intentando medio sobrevivir en silencio, casi desapercibido, en el anonimato e invisibilidad. Y en pleno desarrollo el plan de sometimiento, muerte, hambre y enfermedad. Esta desolación casi silenciosa nos recuerda la novela La guerra del fin del mundo en Canudos. Esa historia. Ese final qua acá sin disparos ni batallones, la muerte y la vida están asociadas a rostros nada felices, de desesperanza y en la búsqueda de cómo sobrevivir a este genocidio premeditado y en tiempo real de una secta cívico-militar. Esperemos que más pronto que tarde nuevamente esos rostros afables regresen de esta fotografía viviente de cadáveres y huesos que caminan y deambulan pidiendo a gritos del silencio una esperanza. Esa es hoy la cotidianidad del venezolano de a pie, intentando no morir y buscando esa luz al final de un túnel muy largo, casi eterno, ante esa masacre del silencio.

#AsiDeSencillo


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