Una espesa neblina cubre a Venezuela y no nos permite ver. Tanto el gobierno como la oposición caminan a tientas, y no dejan de tropezarse y generarse enormes moretones.

Los rojos avanzan sin guía ni noción de su entorno, metidos en una singular burbuja de color cristal translúcido. En sus despensas no falta la comida de buena calidad y alto valor nutritivo, así como vinos y licores de la más amplia gama y jaez. Sus clósets revientan de trajes, calzados, prendas y accesorios, que llevan etiquetas o logotipos que ponen de manifiesto su altísima calidad y elevado costo. Los diferentes espacios de sus viviendas evidencian un alto nivel de confort y lujo, que es imposible tener con sus devaluados y entecos salarios de funcionarios. Cuando van a sus centros de trabajo o atienden sus infinitos compromisos, se desplazan en enormes camionetas último modelo protegidas con blindajes de máximo nivel y la custodia armada necesaria; y si viajan al interior o el exterior del país, la inmensa flota de aviones del gobierno está a su disposición, sin necesidad de reservación previa ni pago de coima alguna para conseguir cupo.

El anterior estado de cosas es lo que explica que la nomenclatura no pueda ver la tragedia alimentaria y de salud que padecen los venezolanos de escasos recursos. Para esos líderes tan bien alimentados y rebosantes de vitalidad no existe la crisis que en ese campo afecta a millones de compatriotas. La prueba la representan ellos mismos en su condición de burocracia estatal que (falsamente) se tiene a sí misma como centro y cabeza de la sociedad. Por ello, para los prohombres y mujeres del régimen la realidad es una sola: nuestro pueblo es el más sano y mejor alimentado del orbe; lo otro es vil invento de la derecha retrógrada y el imperio estadounidense.

Por el lado opositor, el panorama es de igual angustia. Un grupo tiempla la cuerda en una dirección, mientras otro lo hace hacia el lado opuesto. Los escribidores que apoyan a una y otra fracción se lanzan descargas cerradas entre ellos. Unos abogan por la invasión de los del norte y otros luchan por una salida electoral sin traumatismo. Terceros, que se presentan como “expertos en negociación”, se oponen ferozmente a cualquier tipo de diálogo con el régimen, mientras que políticos curtidos en sus avatares buscan un acuerdo en santa paz. Y muchos de los que se sienten abrumados o afectados por todo tipo de desgracia solo se atreven a quejarse en voz baja, concentrando toda esperanza en las profecías o presagios que anuncian cambios inminentes.

Sin que medie tregua alguna, los partidos democráticos y sus líderes son satanizados sin compasión, pero la mayoría de los atacantes no sale al ruedo a organizar las luchas que inevitablemente vendrán. Los odios y las diferencias acrecientan la división y hacen que la fuerza que exige esta contienda extraordinaria se debilite, poniendo en riesgo la posibilidad real de un cambio de rumbo. Solo un grupo minúsculo es consciente de que hay que desconfiar de todo filósofo, político u opinante que se nos presente con la altanería de tener una única solución para todos. La esencia de la democracia es la pluralidad, razón por la cual se debe respeto a los que piensan en soluciones diferentes a las nuestras y quieren también un cambio de régimen.

Mientras las parcialidades más importantes de la oposición alcanzan un acuerdo entre ellos y el gobierno ordena sus artimañas, un amplio sector de la población espera con molestia la solución a sus graves problemas.

El estallido sigue ahí latente, en la penumbra.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!