“ESTRAGON (renunciando de nuevo): No hay nada que hacer.

VLADIMIR (se acerca a pasitos rígidos, las piernas separadas): Empiezo a creerlo. (Se queda inmóvil) Durante mucho tiempo me he resistido a pensarlo, diciéndome, Vladimir, sé razonable, aún no lo has intentado todo. Y volvía a la lucha”.

Samuel Beckett, Esperando a Godot. Primer Acto.

Se han cumplido dos siniestros augurios: el de Arturo Uslar Pietri, que declaraba con horror ver hecha realidad al más corto plazo la peor de sus visiones escatológicas del final de Puntofijo: una Venezuela agonizante, sus hijos pegados parasitariamente a la exangüe y estrujada vaca petrolera, esperando por la mágica resolución de sus problemas mientras chupan de sus ubres. Y la que algunos de nosotros tuviéramos desde hace algunos años al comprobar que el país no contaba con las fuerzas internas como para resolver en uno u otro sentido la grave crisis de gobernabilidad que enfrentamos. Ni las fuerzas de la disolución y el caos como para imponer a rajatabla una tiranía castrocomunista, huérfanos sus asaltantes del más mínimo proyecto estratégico que no fuera saquearla y entregar los despojos al caudillo mayor; ni las de la democracia, decadentes y confundidas, sin la inteligencia, el coraje y la moral como para aplastar a sus enemigos y restaurar el Estado de Derecho. Hemos derivado así al estado de punto muerto en que nos encontramos. Venezuela se suspende en la nada, vive de lo poco que le resta, mientras quienes aún están en capacidad de tomar alguna iniciativa escapan en estampida hacia los países vecinos. Y el vecindario, más preocupado en su propia supervivencia que en la nuestra, sufre inocente de las graves consecuencias de una invasión de cientos de miles de miserables. Que ya son millones. Es una situación cercana al infierno dantesco. Como el que el gran dramaturgo irlandés Samuel Beckett retratara en su obra Esperando a Godot, escrita en francés y estrenada en París en 1952 bajo el devastador impacto de la Segunda Guerra Mundial, Auschwitz y los temores desatados por la Guerra Fría. Dos vagabundos discurren absurdas incoherencias esperando la llegada de Godot. Pero Godot no existe.

Es la tragedia de un horror, como el nuestro, vivido en el contexto de la indiferencia del mundo. Tenemos los medios, la capacidad técnico-profesional y las condiciones humanas, materiales y espirituales como para enfrentar la crisis y resolverla favorablemente –como hace 45 años que se cumplen este martes 11 de septiembre la tuvieran los chilenos en situación semejante– pero falta el chispazo de voluntad necesaria como para echar a andar el proceso de reconstrucción, que en el caso chileno tuvieran sus fuerzas armadas bajo el liderazgo y la visión de Augusto Pinochet: desalojar al tirano y su tiranía, expulsar a los invasores y asumir el control del poder. Se dice fácil, pero visto la inopia de unos y la sórdida corrupción de otros, la impotencia de la clase política y sus partidos y partidarios así como la colosal crueldad e inescrupulosidad de quienes detentan la fuerza de las armas para su propio y exclusivo enriquecimiento, el resultado, por donde quiera se mire, es el mismo: estamos en punto muerto. Venezuela llegó al llegadero. Mientras los más ilusos e ilustrados continúan esperando a Godot.

A quien quiera una sabia aproximación a esta tragedia del absurdo escrita por Beckett, le recomiendo la lectura de una breve reseña de Pedro Laín Entralgo, uno de los más destacados discípulos del gran pensador español José Ortega y Gasset publicado en El País, de Madrid, en conmemoración de la muerte del extraordinario dramaturgo irlandés aparecido en su edición impresa el viernes 29 de diciembre de 1989 bajo el título El sentido de Esperando a Godot. Visto desde la perspectiva del amo y el siervo, de Hegel/Marx o directamente del absurdo de un mundo abandonado por los dioses, como recordaba Margueritte Yourcenar la metafísica experiencia de pérdida que rodeaba al mundo del emperador Adriano. ¿Cómo esperar a Dios en un mundo sin dioses? ¿Cómo esperar alguna esperanza en un mundo desesperanzado?

No sirve de consuelo recordarlo, es cierto, pero ofrece alguna perspectiva de interpretación a un mundo que se niega a salvarse a sí mismo. Y sobre todo a una ínfima provincia suya que insiste en hundirse, esperando a Godot. Consumida por su propia, inaudita y aparentemente infinita estupidez. ¿Una insurrección popular? ¿Una intervención humanitaria? ¿Dónde están Vladimir y Estragón, los protagonistas de nuestra espera? ¿Dónde Pozzo y Lucky, eventuales visitantes? ¿Dónde Godot, el salvador invisible? Reflexiona Laín Entralgo: “¿Qué son Pozzo y Lucky? Desde luego, un señor y un siervo, los dos personajes que para Hegel representan el modo básico de la relación interhumana. Señor es el hombre que prefiere la libertad a la vida; siervo, el que prefiere la vida a la libertad. La superioridad del señor sobre el siervo sería en cierto modo esencial; así la de Pozzo sobre Lucky. ‘Por lo que veo –dice aquel a VIadimiro y Estragón–, son ustedes seres humanos. De la misma especie que yo. ¡De origen divino!’ De la misma especie que Pozzo, no de la misma que Lucky; el siervo no tendría derecho a ser plenamente persona. La relación señor-siervo, ¿acabará resolviéndose, en este caso, según la optimista esperanza de Hegel y Marx?”. Desde esa perspectiva hegeliano-marxista jamás se resolvió. Antes, por el contrario, alcanzó el desiderátum: los viejos amos continuaron detentando el poder vestidos de rojo y encaramados en el partido único, la hoz y el martillo en los brazos para aniquilar a sus enemigos; los viejos siervos esclavizados baja la máscara de un subproletariado revolucionario. ¿Quiénes son los siervos, quiénes los amos en esta absurda tragedia venezolana?

“VIadimiro y Estragón, ¿qué son en realidad, bajo su inmediata apariencia de payasos circenses? Yo los veo como un subproducto grotesco de la pareja Don Quijote-Sancho –comenta Laín Entralgo–: la complementaria oposición entre la conducta según la inteligencia y el ideal y la conducta según los sentidos y la realidad. Entre Pozzo y Lucky hay una relación de utilización y dominio; entre VIadimiro y Estragón, una relación de complemento y educación. Un VIadimiro educador y un Estragón vladimirizado son los que esperan a Godot. Juntas las dos parejas, la humanidad entera. Estragón inventa el truco de ir llamando a Pozzo con distintos nombres. ‘¡Abel! ¡Abel!’, y Pozzo responde: ‘¡Aquí estoy!’. Y luego: ‘¡Caín! ¡Caín!’. La misma respuesta: ‘¡Aquí estoy!’. Comenta Estragón: ‘La humanidad entera”.

Volvamos, una vez más, al comienzo del drama:

(Camino en el campo, con árbol) (Anochecer) (Estragón, sentado en el suelo, intenta descalzarse. Se esfuerza haciéndolo con ambas manos, fatigosamente. Se detiene, agotado, descansa, jadea, vuelve a empezar. Repite los mismos gestos) (Entra Vladimir)

ESTRAGON (renunciando de nuevo): No hay nada que hacer.

VLADIMIR (se acerca a pasitos rígidos, las piernas separadas): Empiezo a creerlo. (Se queda inmóvil) Durante mucho tiempo me he resistido a pensarlo, diciéndome, Vladimir, sé razonable, aún no lo has intentado todo. Y volvía a la lucha. (Se concentra, pensando en la lucha. A Estragón) Vaya, ya estás ahí otra vez.

ESTRAGON: ¿Tú crees?

VLADIMIR: Me alegra volver a verte. Creí que te habías ido para siempre.

ESTRAGON: Yo también.

VLADIMIR: ¿Qué podemos hacer para celebrar este encuentro? (Reflexiona) Levántate, deja que te abrace. (Tiende la mano a Estragon).

ESTRAGON (Irritado): Enseguida, enseguida.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!