La página web de la National Geographic en español, lista los 10 naufragios más relevantes de la historia, bien por su trágica fama debido a la pérdida de vidas humanas, bien por la importancia de su perspectiva arqueológica o por el uso de la ingeniería para el rescate del barco: El Encarnación (1681), La venganza de la reina Ana (1714), El ballenero Essex (1820), el HMS Erebus y el HMS Terror (1846), el RMS Titanic (1912), El RMS Lusitania (1915), El HMS Britannic (1916), El acorazado Bismarck (1941), El Wilhelm Gustloff (1945) y El Costa Concordia (2012).

Ahora bien, desde la perspectiva de la pintura y de las tragedias humanas allí retratadas, hay al menos dos que merecen ser mencionados. El primero es El naufragio de un carguero del pintor inglés Joseph Mallord William Turner (1775-1851) y el segundo es La balsa de la Medusa del pintor francés Théodore Géricault (1791-1824). Los cuadros vieron la luz en el orden expuesto: primero el de Turner, en 1810, y luego el de Géricault, en 1819.

En El naufragio de un carguero y de acuerdo con el catálogo del Museo Calouste Gulbenkian, Lisboa, la escena está asociada al hundimiento del buque Minotauro, ocurrido en diciembre de 1810.

En la obra de Turner, los componentes del cuadro están colocados en un espacio que transmite una imagen caótica, por decir lo menos. A la izquierda se ve el carguero ladeado partido en dos. Uno de sus mástiles se ha roto y va cayendo al agua con su vela mientras los tripulantes lo abandonan en unas cuatro barcas –una de las cuales ya se ha alejado hacia la derecha, y hay una balsa con un soldado que ha caído al agua y dos ocupantes que intentan rescatarlo. El mar se aprecia tormentoso, furioso, violento, con remolinos, y todo lo que en él flota no luce estable sino a punto de volcamiento. En la magnitud de lo mostrado, el elemento humano parece insignificante, no es revelado su rostro y el sufrimiento aún no se exhibe: no es su momento todavía.

El cuadro de Géricault representa la pérdida de la fragata Medusa, enviada a Senegal por el gobierno francés, en 1816, bajo el mando del conde Chaumareix, oficial de la armada, inactivo durante 25 años, y a cuya incompetencia se atribuyó el desastre. Al producirse el naufragio, el capitán y los oficiales hicieron uso de las barcas salvavidas y abandonaron a su suerte a la marinería, a la que consideraban socialmente inferior; un grupo de 149 personas improvisó una balsa y recuperó de las aguas algunos barriles de vino, y para subsistir se vio obligado a practicar el canibalismo. Solo 15 individuos sobrevivieron cuando la balsa fue encontrada por la fragata Argus, semanas después. Otros 5 murieron al llegar a tierra.

En La balsa de la Medusa, el elemento humano sí se encuentra en impactante primer plano. En el cuadro se pueden apreciar entre 17 y 21 tripulantes entre los que hay muertos, desnudos y desperdigados sobre la pequeña balsa desecha por el oleaje. Con un mar que en su parte izquierda y derecha evidencia fuerte oleaje, la embarcación se percibe, extraña y paradójicamente, estable como la tragedia humana que refleja: con segura y majestuosa presencia. La escena capta el instante en el que un grupo de náufragos avista una vela en el horizonte perteneciente a un barco que no los recogerá. En la parte izquierda de la balsa se encuentran los muertos y un par de ocupantes que los sujetan pero que se perciben ensimismados, rendidos y abandonados a su suerte. En la parte derecha está el resto: hay uno que señala la vela mientras otros agitan sus brazos para intentar ser vistos. En estos se percibe vida y un infinitésimo de esperanza que intentan transmitir a los que ocupan la parte media y trasera de la balsa. En el cuadrante inferior derecho se aprecia un hacha ensangrentada, espeluznante por lo que señaliza. La atmósfera de la obra es de un puro y desgarrador sufrimiento, incertidumbre (o más bien, la certidumbre de una muerte segura muy próxima) y desesperanza.

Cuando me preguntan cuáles son los escenarios para nuestra destruida Venezuela digo que tenemos en desarrollo el de la escena de Turner y hay dos más posibles por delante. Al primero le he dado el nombre de Géricault. Al segundo, lo he llamado Cisne Negro: un escenario impredecible y, por lo tanto inesperado, pero con consecuencias igualmente impactantes.

[email protected]


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!