Venía de una marcha. Una cachiporra le había fracturado el cráneo. Le dolía la cabeza, mucho, mucho. No tenía dinero, no tenía el carnet de la patria. Sólo existía el dolor. Y la espera. Estaba en un centro público de salud, vio un camastro vacío y allí se tendió. Democracia estuvo diez días intentando no morirse en una cama de hospital. Cuando los gritos se hicieron insoportables, cuando la voz de su agonía desgarró el aire durante días clavándose como un puñal, sólo entonces quienes estaban allí, médicos cubanos o integrales bolivarianos, consintieron inyectarle una dosis de morfina. Dosis controladas, un poquito más cada vez porque el cuerpo se acostumbra rápido. Y a esperar. Su corazón tardó dos días en decir basta.

Mientras veíamos a su cuerpo deformado, hinchado y agónico, coger aire a bocanadas cada vez más cortas y espaciadas, nos daba vergüenza pensar muérete, muérete, muérete ya de una maldita vez y descansa. No te mereces esto. Tú ya no eres Democracia. Ahora ya sólo eres un corazón, dos pulmones, un estómago y unas piernas que una vez fueron un ser humano increíble, pero que hoy ya sólo forman grupos de células en un cuerpo doliente.

Tú ya no estás aquí. Sólo sufres aquí. ¡Volverás!

Dicen que murió en un hospital público. No tenía identidad, no tenía el carnet de la patria.  Murió agonizando de dolor. Porque los oficiantes, cubanos, médicos integrales, -y esa fue su decisión “médica”- no quisieronaliviar su muerte, ni darle morfina antes de tiempo.  Pero estuvo acompañada de los suyos. ¿A dónde incinerarla, a dónde inhumarla?

 El rifle apunta Jairo en Montaña Alta. Quieren que muera solo, como un perro. En realidad peor que un perro. Morir solo, en la calle. Con su hablar correcto le dijo a su familia que se marchara. Váyanse casa. Corran. Porque si ellos se quedaban se podría grabar en su frente la sigla escarlata: GNB. Es el herraje que pauta el Código Militar venezolano para aquellos ciudadanos que ejerzan el derecho a manifestar pacíficamente y sin armas, es decir, ajustados a la Carta Magna.

Las órdenes superiores le imponen reprimir o inducir la muerte de un disidente cuando sufre por una enfermedad incurable: el amor a la libertad, legado inmortal de la humanidad en todos sus rincones, salvo algunos, ahí está Venezuela. Pero Nicolás Maduro vocifera en TV, al caer la noche: “Venezuela está en paz. Toda Venezuela produciendo, trabajando y pequeños focos violentos, bueno, con la autoridad de la Constitución fueron hoy neutralizados y no lograron su objetivo que era llenar de violencia toda Caracas. Caracas a esta hora está en absoluta paz». Cínico, habló de “pequeños grupos” e invocó la Constitución.

 Sí, la paz del gaseado, del malherido, la paz del sepulcro.El fantoche mintió de nuevo: la verdad es que miles de opositores al gobierno marcharon hacia la Defensoría del Pueblo para pedir su respaldo al proceso iniciado por el Parlamento contra siete magistrados del Tribunal Supremo de Justicia; guardias y soldados los agredieron con golpes, patadas, gases lacrimógenos y perdigones. La oposición, como el rayo que no cesa, llama a la lucha para apoyar a la Asamblea Nacional en su decisión de iniciar un procedimiento contra los juristas que emitieron sentencias que rompieron el orden constitucional, al despojar al Poder Legislativo de sus funciones y limitar la inmunidad de sus diputados. Impusieron una dictadura judicial.

Y como el ruiseñor, queriendo cantar su libertad, no quería que los suyos fueran perseguidos por la jauría militar, Jairo regó las calles con su canto. Se cubrió con las cenizas de Auschwitz, con la piel del Gulag. Pero no pudo dar la mano a sus padres ni a sus amigos. Ni mirarles a los ojos. Abrazarlos y sentir su amor.

Se preguntó: “¿De dónde surge el mal y por qué?” Supo entonces que esta pregunta enfrenta a la humanidad al tema de la libertad y al hecho de que el ser humano es el único que tiene la posibilidad de elegir. Se tomó una mezcla de psicotrópicos que había comprado de manera ilegal por internet. Se durmió. Pero su corazón siguió latiendo. Antes quiso grabar este video, para que todosvean lo que es sentir de esta manera. Y para reivindicar una ley que nos permite manifestar la lucha por la libertad, sin armas y en paz. Una ley que nuestros militares y políticos se resisten a respetar.

Alguien dijo: nos queda el poeta. ¿Quién, sino el poeta, ordena partir el ejército de soldaditos de plomo que va a desafiar la llama de la libertad? En estos momentos, y de un extremo a otro de nuestra castigada tierra, el oficio de las alas y los velámenes se reduce a transportar cañones y fusiles, bajo la ilusoria apariencia de sacos de maíz, de trigo, pellejos y juguetes. Precisamente, en ese mundo enmascarado y sórdido, el poeta arriesga sus avecillas y sus barcos contra viento y marea. Verde viento, verde mar.

 Pero militares y políticos siguen sin comprender las raíces del caos. Así que, si paramos la lucha, seguiremos sufriendo como perros. Peor que perros. Y ojalá no les toque a ellos. Ni a sus padres. O sus madres, hermanas, hijos o hijas.Pues ese día llegará. La libertad. Esa llama no se apaga.


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