Debemos comenzar por develar que esa tal “guerra económica”, con la que pretenden justificarse, la están perdiendo hace rato por ineptos, porque se han topado con la propia realidad.

Cuando lo que estamos sufriendo pase a ser una vergonzosa página de la historia contemporánea venezolana, las generaciones que asuman jamás perdonarán esta condición ominosa en que nos han subsumido, calificada por los estudiosos como catástrofe humanitaria.

No pueden maquillar ni caerle a cobas al drama y cuadro de patética miseria que golpea a la población venezolana, sin diferenciación de ninguna naturaleza; con la excepción hecha para los enchufados, malvivientes y afines, por cuanto ellos disfrutan, a sus anchas, de privilegios y canonjías.

A los propagandistas del gobierno les decimos, una y muchas veces, que las cosas no se transforman con retóricas vacías; los estómagos no se llenan con artificios y palabrerías carentes de contenidos. Los medicamentos, para la salud de la población, no aparecerán por arte de magia.

Los capitostes del régimen pretenden hacer entender, a fuerza de engañifas, que ellos son “una maravilla” en el manejo y control de las variables económicas. Que la solución para todo la tienen con base en su prostituido socialismo. Además pregonan, engañosamente, que el capitalismo nos trajo esta ruindad.

Hay quienes, sin el menor recato, todavía tienen la desfachatez de autocalificarse, en el presente régimen, como redentores de la humanidad, al tiempo que vocean con insistencia que son “enviados providenciales” para salvar a la patria, y además, dicen tener la mejor política económica que la historia jamás haya conocido, para enfrentar una “guerra económica” que, como ya todo el mundo reconoce, ellos mismos se inventaron.

A cada rato montan “un circo”, para resaltar las virtudes del socialismo con inacabables denuestos contra el capitalismo.

Préstele atención y fíjese en que esas entelequias oficialistas siempre se promocionan con rimbombancia, con bastante pomposidad. Allí opera la factura cubanoide. Se nombran las cosas en la jerga propia de la isla castrocomunista.

Quién no recuerda con tristeza y vergüenza lo que quisieron que el pueblo digiriera como “Venezuela potencia”, cuando la realidad los puso al descubierto con elementos tan patéticos como hambre, miseria, desesperación y una larga sarta de necesidades.

Lo común que percibimos es el desacierto en todo cuanto intentan hacer. Nada les sale bien porque son incapaces hasta decir basta.

Hay una comparsita de supuestos inversionistas del sector privado; no son sino los testaferros de funcionarios crápulas. Precisamente, ya están aflorando y siendo alcanzados por la justicia los tramoyistas de las corruptelas, que han causado el más catastrófico desfalco al erario público jamás cometido en nuestra historia republicana.

Ese hatajo (con h) de caricaturas de capitalistas ha obtenido sus jugosas tajadas, por prestarse para cualquier tratativa tramposa que ha armado el régimen. Su papel es servir de utilería en la estrategia deleznable de distraccionismo. Ayer pan y circo, hoy hambre y cárcel.

Por otra parte, no hay que rehuir ni renegar de las bases sustentadoras del capitalismo, como modelo político económico. Es más, podemos relatar en una síntesis que el capitalismo no ha tenido nunca intenciones de ocultar sus propósitos. Como sistema social no esconde sus intereses para controlar algunas específicas esferas de la vida. El capitalismo es lo que ha sido siempre.

Póngale la etiqueta que desee, el capitalismo revienta costuras y se impone; pero también deja en pena, y desmiente, a los maquilladores políticos que se prestan al doble juego.

El capitalismo configura un modo de producción que los sistemas políticos están en la libre decisión de asumir o dejar a un costado. Hoy el mundo aprecia y valora a los países que crecen económicamente y satisfacen a sus poblaciones a través de la producción capitalista, pura y dura. En esta época, vista la nefasta experiencia venezolana, a quien se atreva a insinuar fórmulas socialistas lo mandan bien largo al cipote.

Lo que no permite el capitalismo es que se juegue con asuntos raros. Por ejemplo, que se diga que el país tiene un esquema social, político y económico de soporte socialista, cuando en realidad es capitalista, por todas partes y en todo momento en una economía, como la nuestra, dolarizada en la práctica.

Hoy, en Venezuela, es capitalismo lo que usted encuentra a cada paso, lamentablemente, el más odioso tal vez: el capitalismo de Estado. Ese que el inefable régimen oculta a sus copartidarios ignaros, pero el mismo que por debajo de cuerdas le resulta enteramente productivo, en su desesperación por mantenerse en el poder.


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