En Guardianes de la Galaxia Vol 2, el complejo edípico afecta a los personajes, las tramas y las emociones.  El protagonista articula el principal conflicto del argumento al enfrentar el dilema de escoger entre un padre egocéntrico y otro mutante. 

El primero representa la tentación del narcisismo megalómano y fascista, rodeado por una estética de paraíso new age. Es la encarnación de un dios tramposo, adornado con el boato de la cultura de la ambición. Camina orgulloso por una pasarela de réplicas retrofuturistas de templos y palacios romanos.

Desde un duplicado de la Capilla Sixtina oficia su misa de la destrucción del universo. Dice querer dominar a los hombres y someterlos como súbditos. Vemos en él a una síntesis del tirano de la posverdad, del caudillo populista del milenio. Se llama Ego, tiene su planeta bañado en oro y recuerda al Trump de las fortalezas doradas de Nueva York y Las Vegas. Lo interpreta un mefistofélico Kurt Russell, de vuelta de sus incursiones por la serie b de autor, a las órdenes de Tarantino (Prueba de muerte) y John Carpenter (Escape de Nueva York). En buena hora lo recupera el mainstream indómito y rebelde con causa.

El espectador puede encontrar semejanzas con el contexto nacional. En su fase de decadencia, el público asemeja al déspota caricaturesco de la cinta con Maduro, cuando se quita la máscara y devela su verdadera agenda (esclavizar o aniquilar a la resistencia hasta reinar sobre un legado de cenizas).

Atención, porque de ahora en adelante vamos con spoilers.

El héroe Star Lord resuelve el problema de identidad, exorcizando sus demonios internos. Desafía al Darth Vader de El imperio contraataca y lo derroca en un clásico choque de titanes. Detrás de ello, el realizador James Gunn esconde uno de los subtextos del guion.

Según el crítico Jordi Costa, el largometraje plantea la necesidad de oponerle una visión democrática al sectarismo de los gustos elitescos y restrictivos. En tal sentido, el filme supone un canto, una celebración de la ideología Marvel, a favor de los outsiders y apocalípticos integrados al sistema.

Parte de una estrategia de Disney, la secuela de la franquicia expresa el deseo de la compañía por desarrollar y reivindicar un tipo de blockbuster  personal, casi en desuso y derivado de la escuela divergente de los setenta.

Básicamente, el proyecto de los Moteros Tranquilos y los Toros Salvajes (conquistar a Hollywood desde los márgenes) fue logrado por la pandilla de Stan Lee y sus discípulos. Todos son hijos de Scorsese, Coppola, Ashby, Lucas y Spielberg. A su vez se miran en el espejo de los indies de los ochenta y noventa (Lynch, los hermanos Coen, Tarantino, Jarmusch, Van Sant y Smith).  

Por eso, la secuela de Guardianes de la Galaxia recicla lo mejor de DuneEl PadrinoStar WarsPulp Fiction y Clerks.

Actualiza la profundidad de campo de los gags de la nueva comedia americana. Satiriza el montaje de las típicas secuencias de acción con efectos especiales. Justifica la técnica del 3D en la creación de una fauna entrañable, diversa y alternativa.

Revitaliza los conceptos del humor negro, la aventura kafkiana y el teatro del absurdo. Arma y desarma una irresistible puesta en escena, en la que cohabitan animales fantásticos con seres de varias dimensiones. La pieza cumple con los requisitos de una obra maestra. Enriquece el espíritu, recrea la vista, estimula la sonrisa inteligente y activa un llanto liberador.

El actor Michael Rooker trasborda una de las cargas explosivas del metamensaje. Porta la versión de neón del mohicano de Taxi Driver. Evoca sarcásticamente su contribución para la terrorífica Henry, el retrato de un asesino. Descubre una de las armas secretas del viaje, de la odisea. Simboliza al auténtico progenitor del alma de la saga. 


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