Estoy convencido de que la reunión en Sochi, entre el secretario de Estado, Mike Pompeo, y el canciller ruso, Serguey Lavrov, evidenció un nuevo panorama político internacional caracterizado por un perceptible equilibrio de poder entre las superpotencias. El ambiente de ese encuentro fue cordial y las declaraciones finales indicaron que se estaban dando importantes pasos para generar un amplio acuerdo entre Estados Unidos y Rusia. Pompeo expresó: “Estoy aquí porque el presidente Trump está decidido a mejorar las relaciones  con Rusia, cada uno de nuestros países, naturalmente, defiende sus propios intereses. No siempre y no en todos los asuntos estamos en lados opuestos”; Lavrov manifestó: “Las conversaciones infunden cierto optimismo por la mejoría de las relaciones entre Rusia y Estados Unidos; creo que es hora de comenzar a construir una nueva matriz que nos permita una percepción mutua de los problemas. Nosotros estamos preparados para hacerlo”. Tampoco creo que Venezuela y Ucrania lleguen a tener tal importancia que puedan comprometer esta nueva visión en las relaciones entre Estados Unidos y Rusia.

Sin embargo, es imprescindible analizar las opiniones de Estados Unidos y Rusia sobre la situación venezolana. Al respecto, el canciller Lavrov ratificó que la postura de Rusia sobre Venezuela es terminante: “La democracia no puede establecerse por la fuerza, las amenazas contra el gobierno de Maduro provienen de los representantes de Estados Unidos y del señor Guaidó, quien siempre recuerda que tiene derecho de invitar a una intervención militar extranjera”. El secretario Pompeo declaró: “Sobre Venezuela estamos en desacuerdo. Exhorté a mis colegas rusos a apoyar a su pueblo en el retorno a la democracia, Estados Unidos y más de 50 naciones están de acuerdo en que ha llegado el momento de que Nicolás Maduro se vaya. Él solo ha traído miseria al pueblo venezolano, y esperamos el apoyo ruso para que Maduro termine”. Sorprende que después de una conversación tan cordial y constructiva se haya declarado con tanta severidad sobre el caso Venezuela. A pesar de eso, el surgimiento de la posibilidad de unas negociaciones en Oslo con el respaldo de Estados Unidos, Cuba y Colombia, el Grupo de Contacto y la Unión Europea, y con la posible incorporación del Grupo de Lima me causó un favorable impacto.

Tengo la convicción de que, aun después de las antagónicas declaraciones de los representantes de Estados Unidos y Rusia, se están realizando encomiables esfuerzos para disipar, al menos por el momento, el uso de la fuerza. Por ello, lamento que las negociaciones en Oslo se hayan detenido de una manera tan abrupta sin haber generado ni siquiera alguna expectativa de avance en la solución de la crisis venezolana. Los medios de comunicación informaron: “Las conversaciones llegaron el miércoles 29 a un punto de estancamiento luego de que Nicolás Maduro rehusó abandonar el cargo”. Es cierto que la opinión pública venezolana exige, cada día con mayor fuerza, la salida de Maduro del poder para lograr organizar, sin ventajismos ni triquiñuelas, unas elecciones generales que contribuyan a superar la tragedia venezolana. Lamentablemente, es casi imposible, por lo que se ve, imaginarse que Nicolás Maduro vaya a aceptar esa exigencia. Su apego patológico al poder y el temor a tener que rendir cuentas no se lo permiten. Solo una fuerte presión internacional puede lograrlo.

De todas maneras, el comunicado de la Cancillería noruega es auspicioso: “Las partes han mostrado su disposición a avanzar en la búsqueda de una solución acordada y constitucional para Venezuela que incluye los temas políticos, económicos y electorales”. El presidente encargado, Juan Guaidó, informó en un comunicado dirigido al pueblo venezolano, a la Fuerza Armada y a la comunidad internacional lo siguiente: “Se ratifica nuestra posición: cese a la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres; se le informa a la Fuerza Armada que lo que se busca es restituir el orden constitucional y lograr que los venezolanos puedan decidir su destino en elecciones libres, observables y verificables; a la comunidad internacional y a nuestros aliados: seguiremos unidos para lograr una solución. Sabemos que esta iniciativa ha sido uno de los múltiples esfuerzos que se han procurado a la crisis venezolana”. Nicolás Maduro aseguró que “los contactos realizados en Oslo, para sentar las bases de una mesa de diálogo, han sido constructivos, pese a que el antichavismo afirma que culminaron sin acuerdo”.

Creo que el diálogo va a continuar en Oslo. Las presiones internacionales sobre Maduro y Guaidó irán creciendo progresivamente con la finalidad de alcanzar una solución pacífica a la crisis venezolana. Soy particularmente optimista después de la reunión en Sochi, entre el secretario de Estado y el canciller ruso. Llego a pensar que las negociaciones, entre las dos superpotencias, podrían centrarse en una solución conveniente sobre Venezuela y Ucrania. Claro está que dicho asunto es más complejo para Estados Unidos por los intereses de sus aliados europeos y la OTAN. El campo de maniobra existe y los intereses también. En el caso de China, sus objetivos mundiales son comerciales. Geopolíticamente solo mira hacia el Asia. Llego hasta pensar que Cuba podría ver como positivo alguna solución de nuestra crisis que le permita reemplazar a Venezuela por otro país que pueda transformarse en un nuevo factor de su ingreso en divisas. Nicolás Maduro debería intuir que el juego internacional no está a su favor. Si lo entendiera, podría lograr una salida, lo menos traumática posible, tanto para él como para los venezolanos.

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