En estos tiempos de Cuaresma hemos visto aparecer una cofradía que asegura tener dones celestiales. Los mentados cofrades andan empeñados en convertir en sus consocios a todos aquellos que se pongan a su alcance. No usan caperuzas todavía, pero son diestros al momento de colocar escandalosos sambenitos a todos aquellos que han declarado su respaldo a Juan Guaidó, mientras se dedican a hacerle ojitos y carantoñas a joyas como Gorrín, a quien proclaman elevado ejemplo emérito de lo que debe ser un empresario.

La mentada congregación exhibe un celo que ni los cruzados medievales, mientras se dan suaves golpes de pecho y exigen ejemplares azotes para la espalda de quienes han colocado de nuevo al gobiernito contra las cuerdas. El desfile de saltimbanquis luce infinito, parece no tener fin. Ante la fortaleza que la gente le ha otorgado al presidente interino, emplean gestos ladinos para atacar a Roberto Marrero, por ejemplo, y a todos aquellos que están a su alrededor. La mezquindad es generosa entre los miembros de esa institución. Hemos visto el alboroto iracundo, a lo Osmel Sousa, por la ropa de la primera dama cuando acudió a la Casa Blanca o cuando se reunió con Melania Trump. Hay un silencio infranqueable cuando de reclamar la libertad de Juan Requesens, por ejemplo, se trata. El paroxismo es casi de orgasmo al exigir agilidad en la resolución del actual conflicto que se ha gestado durante 20 años.

Son días de memoria nula, es tiempo de facturas al cobro, aun cuando muchos de los presuntos acreedores tienen deudas infinitas de las que no hacen siquiera el gesto de honrarlas. A la par de ello el país iracundo toma nota y afila sus lápices mientras saca sus cuentas. Mujeres, hombres, abuelas y niños velamos por el país, y no les quitamos el ojo de encima a tales catecúmenos; todos sabemos bien el papel que cada uno ha jugado en esta tragedia en la que hemos sido obligados a participar.  

Más temprano que tarde esta época de capirotes alebrestados cesará, y veremos a muchos de sus portadores arengar con arrebatos de iluminados requiriendo una celeridad de la que ellos siempre han carecido. Tal parece que dichos paisanos tienen un grave problema de relación temporal y confunden la Cuaresma con el Carnaval, por eso usan máscaras de las que presumen para proclamar su fe y apuestan por su propia resurrección. Los veremos chillar como puercos cuando ardan como Judas el domingo que les corresponda.

© Alfredo Cedeño

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