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Un hombre gris avanza por la calle de niebla” (Luis Cernuda)

Me gustaría escribir con tanta facilidad como Íñigo Domínguez pero no me sale. Soy incapaz de lograr que las palabras vuelen sin permiso desde el teclado a la pantalla. La espontaneidad es un don que se tiene o no se tiene y no sé qué pasa con él o qué no pasa conmigo que don Íñigo pone la bala donde quiere poner el ojo y a una línea escrita le sigue otra, y luego otras cuantas líneas más pasando a la categoría de párrafo y dándole al texto el beneficio del punto y aparte además de un cambio de ritmo. Esa fluidez en la escritura (flow para los bilingües) otorga sentido al discurso del pensamiento –en principio trivial– que convierte lo anecdótico de un hecho como la sustitución temporal por vacaciones de un colega columnista en la historia de su inicio del Año Nuevo.

Lleva razón Domínguez cuando escribe que ya casi nadie suele hacer una sola cosa a la vez y que vivimos tiempos de simultaneidad, es decir, que queremos abarcar demasiado (“Vida Nueva”, Íñigo Domínguez. El País, 6/1/2019) Para poner un ejemplo, la mayoría de nosotros pretende ver una serie de televisión mientras cena, mira los últimos movimientos de Twitter y asiente con la cabeza a una pregunta que no llega a escuchar con la atención debida. Habrá que ir empezando a tomarse en serio aquella queja femenina sobre nosotros, los hombres, que dice que no estamos preparados para hacer más de una cosa al tiempo. Y a veces ni siquiera somos capaces de hacerla bien.


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