Para opinar sobre algún tema, además de tener conocimiento sobre el asunto, lo que sería ideal, es que ha de tenerse alguna legitimidad mínima para ello, lo que también es deseable.

No obstante, desde mi muy limitada, casi nula experiencia y ante la víspera del Día del Padre, me atreveré a exponer algunas reflexiones sobre la idea de paternidad y su relación con la de paternalismo que, por cierto, tanto daño ha hecho a nuestras sociedades.

Expresiones como las de patria, patriotismo, padre de la patria y otras similares, suelen generalmente presentársenos como contentivas de una autoridad o mandato superior, indiscutible e inobjetable, cuyo mínimo disenso ha de estar sometido a la reducción y exclusión de quien ose proferir cualquier posición contraria, por mínima que sea.

En consecuencia de lo anterior, observamos que en muchos regímenes totalitarios es usual el surgimiento de casos de traición a la patria y otros por el estilo, y qué decir de las consecuencias a las que se expone quien se atreva a cuestionar el ideario de los tenidos como próceres, libertadores o padres de la patria, o de la interpretación que de tales idearios haga el régimen.

Alguna vez nos hemos preguntado por qué es que muchas sociedades tienen esa predisposición a acatar ciegamente a autoridades que muchas de las veces carecen de legitimidad y experiencia aunque sobre lo último puede ser extensa, pero en materia de violación de derechos fundamentales. O nos hemos preguntado por qué el populismo se hace camino a través de la idea del Estado paternalista y los ciudadanos sumisamente aceptan tales prácticas que atentan contra su individualidad.

Pues, más allá de consideraciones desde la filosofía política o del derecho, me tomo el atrevimiento de proponer desde mi aún vacía experiencia de padre, pero amplia de hijo, que muchos de esos males resultan de una no muy clara idea de paternidad y más aún de prácticas que le son inherentes.

Cientos de veces me han dicho que una de las experiencias más gratificantes como padre es la del momento cuando los hijos nos ven como conocedores de todo, como fuente de saber absoluto, y es en esa situación la que creo radica la fuente de ese mal, aunque puedo equivocarme.

Un niño que desde pequeño piense que existe alguien que por solo ocupar una posición de autoridad, por el simple hecho de hacerlo. haya de tenerse como verdadera y ciegamente aplicable en todas sus opiniones, incluso siendo su propio padre, peor aún si existe imposición sustentada en dicha condición, traerá como consecuencia ciudadanos serviles y alienados, incapaces de conciencia crítica y criterio propio, fácilmente influenciables y manipulables por regímenes autoritarios.

Sí. Pero qué hacer en esos momentos que los hijos viendo a sus padres como dioses, conocedores de todo, cuyas respuestas sean verdades absolutas, y lo que es peor, muchos padres así lo creen y cuando están en una posición de «autoridad» sienten y creen que deben igualmente ser obedecidos de manera ciega, como callada y mansamente hicieron ellos con sus padres.

Pues a mí no me ha ocurrido aún, sin embargo llegará, pero mientras tanto iré practicando estas líneas: «Papá no lo sabe todo y esto es algo que no sé, ¿tú qué crees que sea? ¿Qué opinas? ¿Vamos a investigarlo y aprendemos los dos, sí?

Es muy pronto para saberlo, el tiempo y la experiencia en esos menesteres darán frutos y se encargarán de enseñarnos, por ahora me conformo con pensar, o simplemente imaginar que esa sea una forma de combatir el patriotaje, del que hemos sido víctimas las últimas décadas, mediante la formación de ciudadanos críticos que no aceptan imposiciones irracionales, menos de agentes ilegítimos, que por el contrario, su aproximación a cualquier asunto se hará desde el reconocimiento de la existencia de múltiples puntos de vista y que de objeciones racionales puede alcanzarse un mayor conocimiento.


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