Aunque parezca contradictorio, son parte de nuestros fantasmas históricos. Es la fascinación que ejerce el uniforme por encima de las instituciones. Los venezolanos siempre anhelaron la mano dura que impusiera el respeto; de allí hasta el autoritarismo existe una puerta secreta que nos conduce al fanatismo. Son incontables nuestros capítulos de héroes paradigmáticos que, en el génesis de su protagonismo inicial, nos hablaron de transformarlo todo bajo el auspicio del espíritu democrático. Luego crearon constituciones como traje a la medida para hacerse de la República. Posteriormente el despotismo sembrado en las entrañas de los abusos más cruentos, detrás un pueblo hipnotizado. Propagando el cuento entre sus congéneres deseosos de conseguir el favor de su conquistador, este hará que la aclamación sea su gen cautivador. Es parte de una razón de ser muy sencilla: nuestra historia como nación la escribió la guerra. El semidiós a caballo importó más que el hombre de las letras. Somos hijos del trueno y no de la quietud del pensamiento fecundo. Siempre andamos pensando que esto lo resuelve la próxima asonada. ¿Cuántas van? Son incontables los episodios sangrientos que se tradujeron en nuevas frustraciones. Solo la independencia en algunos rasgos puede mostrar logros. Las otras fueron la irrupción de nuevos caudillos con ciudades arrodilladas ante la prepotencia del victorioso.

Ubicándonos en el contexto histórico contemporáneo, Hugo Chávez y Oscar Pérez lograron cautivar a sectores de nuestra sociedad; estamos hablando del inicio de sus carreras como protagonistas de un hecho concreto. El génesis del comandante muerto fue parecido al del hombre ejecutado por el régimen. El pueblo lo aclamaba como al enviado del cambio. Oscar Pérez iba logrando un éxtasis que hizo recordar los inicios revolucionarios. Es allí donde existe similitud: ambos se enfrentaron al poder establecido, con la enorme diferencia de que aquella era una democracia y lo de ahora es una oprobiosa dictadura. Es bueno que comprendan que su comparación no viene dada por gestiones políticas. Las semejanzas están en sus motivaciones. Creerse que lo que acontecerá pasa por su voluntad, que sin su concurso el país está condenado a morir petrificado. En las profundidades de sus egos inflamados está la subrepticia reprobación de la noble institución del voto. El sufragio, para la mayoría del mesianismo militar, es una acción bobalicona de espíritus pusilánimes. Su afán es la sangre de la guerra que sepulta los cadáveres del enemigo. La Constitución un escenario que les impide actuar con la espada de los abusos, por eso liquidan su radio de acción.

Como vemos existe un ADN histórico que los vincula. Es la naturaleza de nuestros pueblos que aman a todo aquel que muestra la fuerza para descuartizar al otro. No tenemos cultura para el diálogo, sino para la confrontación. El militarismo siempre verá al mundo civil como un fardo que tienen que cargar. Las leyes que juran defender son los gravosos nudos que impiden que su epopeya sea el evangelio que recite el pueblo entero. La exaltación del nuevo héroe que murió asesinado. Tan parecido al otro ser que también está muerto…

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