Una cierta tradición latinoamericana trata de interpretar la entrada en escena de Estados Unidos en el conflicto político venezolano como si aún estuviésemos en la Guerra Fría. Es decir, como si sobre nuestro territorio estuviese a punto de repetirse un capítulo oprobioso de intervenciones unilaterales estadounidense como la guerra de Vietnam, el golpe de Estado a Allende en Chile, o las invasiones a Dominicana a Grenada.

Nada más equívoco. Porque ni el de Maduro es un proyecto popular, soberano y nacionalista, ni el conflicto geopolítico mundial se dirime hoy en torno a proyectos ideológico ni propuestas éticas, y porque ni Rusia ni China están en nuestro país por razones altruistas y de solidaridad, sino en un proceso de expansión de sus economías y de captura de minerales estratégicos.

Así que, hay que aclararlo muy bien, no fue el Estados Unidos de Trump el que internacionalizó el conflicto venezolano. Estados Unidos y el resto de las naciones democráticas de Occidente están actuando a la defensiva. Fue Hugo Chávez quien desde los inicios mismos de su gestión presidencial abrió las puertas para que numerosas individualidades y aparatos de poder extranjeros comenzaran a actuar impunemente dentro del país, ya como agentes de su gobierno, como ideólogos y propagandistas, o simplemente como protegidos en su actuar ilegal.

La primera intromisión fue el desembarco de Cuba que comenzó con Fidel como héroe y manager del gobierno y terminó con la presencia de 20.000 cubanos en funciones de gobierno y agentes de represión. Le siguió la conversión de nuestro territorio en tierra de nadie para la operación de grupos terroristas internacionales como Hezbolá, Al Qaeda, las FARC y el ELN. Simultáneamente ocurrió la entrega a rusos, chinos e iraníes de nuestras grandes reservas minerales, y el descomunal endeudamiento a cambio de armas, financiamiento, asesoría militar y de contrainteligencia y apoyo en los organismos internacionales. Cuadro que se cerró con la gigantesca maquinaria de ilícitos –narcotráfico, banqueo de capitales, corrupción– que bajo la dirección de jerarcas del régimen y sus testaferros encendió las alarmas de la DEA y el Departamento del Tesoro de Estados Unidos para que trabajaran a toda velocidad investigando, encarcelando, congelando las propiedades y persiguiendo a la nueva estirpe delincuencial.

Bajo este panorama aterrador el régimen de Maduro se convirtió en una amenaza para la estabilidad de la región latinoamericana y para la paz y la seguridad de las naciones occidentales, especialmente para Estados Unidos y Europa.

Es esa la razón por la cual, para frenar al régimen fundado por Hugo Chávez y degradado flagrantemente por Nicolás Maduro, se ha producido esta poderosa y sorpresiva cruzada internacional de apoyo al regreso de la democracia a Venezuela. No es solo un asunto de buena voluntad. En las relaciones internacionales, lo sabemos, los países tienen primero intereses luego amistades y solidaridades.

Era inevitable que el mundo democrático reaccionara. Poco a poco y con prudencia, la comunidad democrática reunida en la OEA, primero, y en el Grupo de Lima y la UE, después, y gracias al lobby internacional realizado por la dirigencia política opositora, se fue comprometiendo con el desconocimiento del gobierno autocrático de Maduro, la necesidad de realizar elecciones libres para restaurar la democracia y la entrada de ayuda humanitaria a la que el gobierno se niega.

El balance de fuerzas es por demás transparente. De un lado con la dictadura, están la teocracia iraní, el neototalitarismo ruso, la dictadura de Erdogan, el capitalismo con Estado comunista chino. Del otro, contra la dictadura, la mayoría casi absoluta de las democracias occidentales, con la excepción complaciente de Uruguay y México.

Por eso a Estados Unidos no hay que mirarlo esta vez como los invasores crueles de la Guerra Fría, sino como en las escenas de aquellas películas de la Segunda Guerra Mundial, como parte de los aliados que, entre el aplauso de los lugareños, llegaban a los pequeños poblados italianos a liberarlos de la barbarie de Hitler y el nazifascismo.

Nuestro conflicto no es entre socialismo y capitalismo, ni entre el pueblo venezolano y Estados Unidos sino, simplemente, entre barbarie y democracia. Ojalá y podamos resolverlo con apoyo pero sin intervención militar extranjera.


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