Sucede que lo que pasa en Venezuela no se queda en Venezuela. Es como una bola que pica y se extiende más allá del campo de juego y que de allí en adelante con esa pelota comienzan a jugar otros equipos y jugadores que pueden coincidir o no con nuestros intereses, que no sabemos cuáles intereses los mueven y si apuntan a la misma red. Lo peor es que esto viene ocurriendo desde el mismo momento en que Chávez decidió asumir a Fidel como “consigliere”, sin imponerle límites al anciano dictador, bien conocido a escala mundial por su insaciable voracidad.

Desde el momento mismo en que el pensamiento de Fidel invadió el de Chávez, o Chávez decidió dejarse guiar por Fidel Castro, como usted lo prefiera, los conceptos de soberanía e independencia se convirtieron en una retórica que el régimen utiliza para atacar al imperio o desacreditar los pronunciamientos y advertencias de aquellos gobiernos que conjugan a diario la democracia.

No pueden hablar de independencia soberana quienes actúan como súbditos del castro-comunismo, ni tampoco el generalato que protegió y protege al régimen desde hace casi veinte años, porque ha sido, precisamente, a lo largo de estos veinte años que soberanía e independencia han pasado a ser palabras, pero nunca realidades ni fortalezas. No pueden hablar de soberanía e independencia ni los altos funcionarios cuyo desempeño nos trajo hasta esta orilla donde imperan el empobrecimiento de la nación, nuestra inseguridad alimentaria (a pesar de la inmensa renta petrolera de la que dispusieron), nuestra crisis política, económica, social y moral, con la corrupción incluida; ni los diputados que respaldaron, con sus firmas y sus votos, decisiones del Ejecutivo que atentan, precisamente, contra nuestra soberanía y nuestra independencia y que han servido para acelerar nuestro retroceso en todos los órdenes, lo cual nos ubican entre las naciones menos valoradas del mundo.

No pueden hablar de soberanía y de independencia unas FAN que, a pedimento de Fidel Castro y la Cuba comunista, no actuó cuando debió hacerlo, y puso en riesgo de pérdida el Esequibo. Ni tampoco un régimen que nos ha puesto a depender de voraces imperios, como el ruso y el chino, con cada deuda que contrae, respaldada con los bienes esenciales de la nación, siempre guiado por la injerencia cubana que cada día abusa más de Venezuela, justamente la única injerencia, profunda y continuada, a la que el régimen jamás se refiere.

En varias ocasiones advertimos los peligros que corría nuestra seguridad territorial como consecuencia de una geopolítica de provocación, subida de tono y de lenguaje, como la que aplicó Chávez en esa manera pendenciera tan suya de mostrarse como un antimperialista irreverente. Que por aquí hayan pasado con halagos muy festivos y condecoraciones muy emblemáticas, Gadafi, Ahmadineyad, Hussein, Al Bashad, los grandes capos rusos y bielorrusos, los cuales a su vez fueron visitados varias veces por el comandante y sus más cercanos seguidores, nunca dejó de ser una señal para aquellos países que miran con las alarmas siempre encendidas a todos esos gobiernos.

La desgracia se hace mayor cuando a todo ello se unen los estragos que veinte años de desaciertos del régimen han provocado por haberse ocupado exclusivamente del tema político dejando fuera el económico, por depender exclusivamente del petróleo, la destrucción del aparato productivo nacional que tanto esfuerzo había costado, las expropiaciones, la guerra contra la empresa privada, el burocratismo parasitario, el gasto social, la inseguridad jurídica, las leyes improductivas, el desempleo, la impunidad, las políticas públicas, la geopolítica de micrófono y la corrupción, causas que han convertido a Venezuela en un país vulnerable por todos sus flancos, porque casi todas las políticas aplicadas en este desafortunado tránsito solo podían conducir al desastre que hoy estamos viviendo ante los ojos estupefactos de una comunidad internacional que no logra explicarse cómo el país con las más grandes reservas de petróleo y gas del mudo llegó a convertirse en un Estado paupérrimo, al que como único recurso de supervivencia solo le queda rogar y depender de la ayuda de los imperios a los cuales ha empeñado todo.

Desde luego esa política del dispendio, tan típica de gobiernos que practican un populismo irresponsable, trajo como consecuencia que el falso castillo de naipes se derrumbara, la población se sintiese engañada, el gobierno fuese, con toda justicia, repudiado y que, para contrarrestar ese repudio, tuviese que apelar, como todo régimen de fuerza, a una represión salvaje que despertó las alarmas dormidas de la comunidad internacional.

En esa larga ruta recorrida sucedió que, como no les bastó la inmensidad de la renta petrolera que fue consumida con voracidad y tragada en buena medida por una corrupción sin fondo, el régimen se siguiera endeudando en cifras astronómicas que no solo no le alcanzan para cubrir tanto despropósito, sino que lo llevaron a la ruta más cercana al default, aumentando así la vulnerabilidad de la nación. Y ahora, para colmo de todos los males, nos resulta más difícil hablar de soberanía e independencia cuando, como corolario de esta situación, podríamos convertirnos en una pista de aterrizaje o en un puerto de llegada para aviones y acorazados de imperios poderosos, dispuestos a convertirnos en lo que en realidad somos para ellos: una codiciada nación, muy rica en su suelo, de la que una pequeña isla del Caribe, Cuba, más Rusia y China, países en los que prevalece una dictadura comunista, y otros países de nuestro continente y organizaciones fundamentalistas del Medio Oriente, han hecho su fuente de sustento.

Estamos muy cerca de convertirnos en aquella Cuba que fue el centro de una crisis mundial por los cohetes rusos en su territorio. En esta oportunidad, la Rusia de Putin, solo que únicamente defendiendo sus inmensos intereses en Venezuela, ha dispuesto enviar tropas en defensa del gobierno de Maduro, y Estados Unidos, gobernado por Trump, ha dicho que tiene muchas maneras de defender la democracia en Venezuela y que las armas no están excluidas de esa lista; por lo tanto, podríamos terminar siendo el campo de batalla de un conflicto entre dos naciones antagónicas poderosas, ideológicamente diferentes, pero igualmente parecidos en la codicia. Y esa sería la mayor desgracia que le pudiera ocurrir a Venezuela, a su independencia y a su soberanía. En ese momento dejaríamos de ser lo que una vez fuimos: un país imperfecto, empeñado sin embargo en construir su mejor destino en democracia, hasta que llegó el castro-comunismo con su voracidad y su irracional intolerancia, a destruirlo todo.

Apelo a la poesía y parafraseo a Rubén Darío: ¿Será con salmos de la Biblia, o versos de Walt Whitman, que los he de condenar, oh cazadores de la América ingenua?


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