Cada vez que entro en la difusa espesura de las
cavilaciones nocturnas
el terco e insistente sueño va tomando parte
de mí de modo lento pero firme y decidido
Algo en mí se resiste a cruzar el tímido umbral
pero una rara, siempre rara e indescriptible
fuerza imantada me hala hacia otros planos
espaciales, otras dimensiones de lo irreal
y poco a poco siento que me voy yendo quién sabe
adónde
como una leve y diminuta hoja murmurante
arrastrada por la tempestad de la noche
amotinada
Cuando entro en el mundo evanescente del
sueño
mi cuerpo
–he de suponerlo–
se torna pensamiento que vaga por las ligeras
brumas de las altas estepas del espíritu indómito
Entonces me aviento en la lejura y atravieso los
siglos y los milenios y me veo a mí mismo como
témpano gigante que alberga legiones de peces que
saludan el triste vuelo de las aves migratorias.


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