Hay un cambio de escenario.

Mucho más allá de las exigencias que tienen los dirigentes gubernamentales y de oposición, están el hambre y la miseria que se expresan, sin válida discusión, en los millones de desahuciados en éxodo. No se puede ocultar que están allá en pésimas condiciones, en huida de este desastre, mucho más que en búsqueda. Con la dignidad aporreada y los estómagos vacíos.

El gobierno, enmadejado en su torpeza, sale a pedir limosnas chinas y no puede ir más allá de rematar saldos petroleros. Regresa, en ridícula escala, y lo que encuentra aquí son los efectos de haber atropellado a los trabajadores, con tablas salariales ciegas, negando conquistas y derechos adquiridos, en esta inflación desbocada.

No tiene dinero y, enervado, no sabe cómo va a hacer para pagar a los empleados, incluidos los militares, pero conserva el poder de las armas y de las coyundas de corrupción, pero también tiene que sentir el olor a derrota que lo atraviesa y, con este, el pensamiento de todo culpable de buscar refugios o protecciones sin persecuciones.

La gente, los gremios, las universidades y hasta los partidos convergen hacia una actitud compartida, que bien pudiera ser la manera para alcanzar nuevos liderazgos y una recuperada posición de fuerza. La incertidumbre, hasta hace poco, y aun pesarosa, pareciera estar siendo superada por una línea de pelea, un motivo y un curso.

En esta nueva condición es propicio plantearse la búsqueda del entendimiento, en el marco y acatamiento de la Constitución vigente. Bien sé que este tema no es simpático para los adictos enredados que se precipitan, sin medida ni atención a las necesidades políticas, a llamar a una violencia en la que seguramente ellos no estarán dispuestos a sufrir. Pero hay que buscarlo con métodos y procedimientos bien asesorados, hay que iniciar los contactos. Un camino que puede ser largo y tortuoso, pero con la iniciativa de este lado.

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