Ocho amigos flojos que odiamos el ejercicio pero que somos amantes del whisky y del buen vino, recorrimos 150 kilómetros desde León hasta Santiago de Compostela. Fueron 5 días durante 7 horas diarias, lo que equivale a caminar desde Caracas hasta Valencia, cantidad mínima exigida para la ruta de peregrinación espiritual.

Siempre quise recorrer el Camino de Santiago, no por motivos religiosos como Laureano Márquez, quien fue con nosotros y es medio monja. Quería hacerlo para descubrir por qué durante tantos siglos este camino es recorrido por miles y miles de peregrinos.

Existen 2 formas de recorrer el camino completo: desde Portugal o desde Francia. En ambos casos, el recorrido es de más de 1.000 kilómetros. Puede hacerse en bicicleta, a caballo o a pie. Los caminantes compran un pasaporte que sellan a lo largo del trayecto como prueba de haber cumplido con lo mínimo exigido, 300 kilómetros, y así recibir “la Compostela”, una especie de diploma entregado en la Catedral de Santiago de Compostela.

Hice el camino con el corazón abierto, dispuesto a comprobar la magia que supuestamente ocurre durante el trayecto o tiempo después. El camino, aunque estemos acompañados, es solitario y meditativo. No es competitivo. Es una experiencia en la que se pone a prueba el temple emocional y físico.

Al cuarto día llegamos a un lugar en donde hacía mucho frío. No vi la flecha amarilla que siempre indica hacía donde ir. Es difícil perderse, pero yo me perdí.

Llegué a una encrucijada. Había tres senderos: en el centro un bosque oscuro de pinos, a la izquierda una carretera empinada y a la derecha una que estaba en bajada. Decidí tomar el camino de la izquierda. Lo recorrí durante una hora. Nadie pasó por allí. Al final, regresé al mismo lugar en donde tomé la decisión equivocada.

De nuevo busqué la flecha y dudé: ¿será el camino de la derecha? Al rato, como en los cuentos, un peregrino pequeño, viejito y solitario, se acercó y le pregunté:

—¿Cuál es el camino?

—El del centro –respondió.

—Pero no veo la flecha.

—Está parado sobre ella.

Mientras se alejaba, el anciano añadió:

—Usted ha tenido una enseñanza del Camino de Santiago: en la vida, a veces el camino correcto está frente a nosotros, pero en lugar de verlo nos paramos sobre él y recorremos otro, para luego, cansados, comenzar de nuevo.


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