Vaya desde aquí mi plena y absoluta solidaridad para con mi amigo, compañero y maestro, Enrique Aristeguieta Gramko

A Nitu Pérez Osuna

El paso extremadamente grave y de incalculables consecuencias dado por la dictadura, de soltar todo amarre y vestidura democrático institucional secuestrando a Enrique Aristeguieta Gramcko, posiblemente la figura viva más representativa de nuestra tradición democrática pues es el único sobreviviente de la Junta de Gobierno que derrocara al dictador Marcos Pérez Jiménez, debe provocar la debida reflexión en todos los sectores democráticos del país, atravesados al día por muy graves y aparentemente insuperables diferencias.

Ya de suyo fue un grave atropello a toda prudencia y virtud políticas sentarse a dialogar con un régimen que acababa de protagonizar uno de los hechos más bochornosos y aberrantes cometidos por la dictadura de Nicolás Maduro: la llamada masacre de El Junquito. Que no ha dejado lugar a dudas en la percepción que ya se ha hecho carne en la comunidad internacional, a saber: que la dictadura que sustenta al régimen venezolano es del mismo jaez que las repudiables dictaduras del Cono Sur, si bien con una trágica diferencia y un terrible agravante. La principal diferencia es que ninguna de ellas cumplió funciones de satrapía de un país extranjero. Fueron dictaduras irreprochablemente soberanas y nacionalistas. El terrible agravante de esta dictadura es que pretende entronizarse e instaurar un régimen totalitario castrocomunista en nuestro país, lo que jamás fue la intención de las oprobiosas dictaduras del Cono Sur. Las cuales, siendo inmanentes al sistema de dominación constitucional y republicano vigente desde hacía dos siglos, fieles a sus tradiciones, actuaron en su defensa y supieron hacer sus maletas tras estabilizar sus naciones y mejorar sustancialmente las condiciones de ruindad y devastación que les obligara a la funesta intervención que llevaran a cabo con sus repudiables golpes de Estado. Fueron la antípoda de una dictadura como la venezolana, que disfrutando de los mayores ingresos en toda la historia de la región, nos han traído a esta espantosa crisis humanitaria. Provocada expresa y deliberadamente para quebrar y aniquilar el espíritu democrático de nuestro pueblo, empobrecerlo y hacerlo así, esclavizado por el hambre, la miseria, la desnutrición y las enfermedades, fácil presa de la tiranía.

Es verdaderamente asombroso que dicha irrebatible opinión sea compartida por nuestra Iglesia y diáfanamente expresada a través de los comunicados de la Conferencia Episcopal Venezolana, los países miembros del Grupo de Lima, el señor secretario general de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro; la Unión Europea, el Reino Unido, Canadá y Estados Unidos, vale decir, la totalidad de naciones del mundo democrático, sin ninguna correspondencia con las posiciones, actitudes y acciones prácticas que suscribe la que funge, institucionalmente, como la representación oficial de la oposición venezolana. Nos referimos a la llamada Mesa de Unidad Democrática. Que no solo persevera en un expediente reconocidamente falaz e inútil, comprobadamente infructuoso y sin otro propósito que permitirle ganar tiempo a la dictadura, como los llamados diálogos, sino que se presta en una demostración de ceguera verdaderamente suicida a cumplir los cronogramas de sometimiento y esclavización del régimen, tales como los llamados procesos electorales, estaciones de un inexorable vía crucis que culminará inexorablemente en el establecimiento de una tiranía totalitaria. Nos negamos a ver en esta tenaz porfía de colaboración la simple expresión de la tradicional mezquindad de políticos ambiciosos y pervertidos. Algo muy grave y profundo lastra la colaboración entre el régimen y la que ha decidido institucionalizar como su única oposición legítima.

Esa es la razón indubitable de la doble política represora del régimen: dialogar y protagonizar bochornosos actos de camaradería entre los funcionarios de los partidos de la llamada MUD con los burócratas de la dictadura, por una parte, masacrando al mismo tiempo a un grupo de rebeldes que proclamaban a viva voz su decisión de rendirse y secuestrando a un líder de la estatura y trayectoria del doctor Enrique Aristeguieta Gramcko. Es la otra profunda diferencia que enfrenta a las dictaduras del Cono Sur con la dictadura venezolana: las oposiciones sureñas jamás claudicaron ante sus dictaduras ni sirvieron de colaboradores de sus regímenes de oprobio. Esa colaboración más la naturaleza terrorista, narcotraficante y corrupta de un régimen que ha hecho de la compra de conciencias de sus oponente política de Estado son el signo distintivo de este oprobio.

Vaya desde aquí mi plena y absoluta solidaridad para con mi amigo, compañero y maestro, Enrique Aristeguieta Gramcko.


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