Los seres humanos poseemos la exquisita facultad intelectual de realizar correcciones de determinadas conductas o de alguna cosa en particular. Cuando nos persuadimos que hemos cometido algún error o simplemente en la oportunidad de constatar que nuestras ejecutorias o actos no rinden el efecto deseado. En fin, cuando los esfuerzos emprendidos han sido inútiles.

Los animales no tienen la posibilidad de discernir en modo alguno para corregir conductas consustanciales o aprendidas. Pero están dotados de una especie y sublime capacidad instintiva que los induce a corregir conductas perniciosas. Algunos científicos como Pavlov crearon novedosas tesis para demostrar el llamado “reflejo condicionado”. Aquel hallazgo científico le permitió ser galardonado con el Premio Nobel.

Los políticos de todas latitudes, portadores de las más disímiles corrientes ideológicas y filosóficas (Inclusive los aventureros de toda laya) en todas las épocas donde actuaron en los diversos y variopintos procesos históricos se vieron en la circunstancia e imperiosa necesidad de cernir mediante la crítica y/o autocrítica determinadas acciones acometidas por ellos cuyos resultados resultaron difusos para ajustarlas a las condiciones históricas y políticas puntuales. Quienes así lo hicieron (corrigiendo errores y deshaciendo entuertos) pudieron soslayar todos los inconvenientes y trabas. Al final muchos obtuvieron el anhelado triunfo al alcanzar los objetivos trazados. Ya nos hemos referido a los conceptos de “estrategia y táctica” como elementos consustanciales para planificar apropiadamente todos los empeños mediante una planificación estratégica apropiada. Siempre derivada de planes consensuados. Por supuesto, con los respectivos ajustes a ser iniciados. Los mismos no deben vulnerar jamás aquellos principios de carácter ético. El silvestre pragmatismo no debe ni puede situarse por encima de valores inmodificables. Muchos otros politicastros –tozudamente– persistieron en  la implementación y adecuación de pérfidas conductas erradas. Consecuencialmente obtuvieron rotundos fracasos como premio y resultado final. Así nos lo ha enseñado tercamente la historia con pertinaz y aleccionadora insistencia.

Los políticos con estatura intelectual definida, algunos potencialmente proyectados como eventuales “hombres de Estado, tienen el deber fundamental de insistir –aunque ocasionalmente sean tildados como antipáticos– en la necesaria corrección de todas los lineamientos políticos ineficaces. A tal efecto deben ceder espacio a los intereses nacionales que siempre deben privar por sobre los particulares. Por más legítimos que estos sean en determinadas circunstancias de normalidad. La Venezuela irredenta de hoy así lo reclama sin duda alguna.

Con Baltazar Gracián en su obra El discreto afirma: “El que se adelanta a confesar el defecto propio, cierra la boca a los demás; no es desprecio a sí mismo, sino heroica bizarría; y al contrario de la alabanza, en boca propia se ennoblece”.

En la actualidad los venezolanos en general y los políticos en particular –en todas sus facetas– estamos en la ineficaz posición de casi un obligado repliegue. ¡Es natural! En ciertas ocasiones… Quizás lo positivo y necesario de tal faena consiste en la posibilidad cierta de recuperarnos para discernir, casi con frialdad de catedráticos, todos los hechos y operaciones emprendidas o próximas a emprender. Verificar los aciertos y desaciertos cometidos; y, preparar todos los correctivos necesarios para procurar el objetivo trazado (todos sabemos de qué se trata) y de tal manera obtener la victoria final.

Si por lo contrario el repliegue se refiere a un estado de inamovilidad cómodo y hasta cobarde si se quiere. Producto de la impotencia manifiesta de los actuales ductores ocasionales que dirigen a determinados sectores políticos. Quienes aún permanecen impávidos ante la cruda realidad. Tal conducta debe ser denunciada de forma cruda. ¡Sin temor! … Se hace menester señalarlos –en el mejor de los términos– como colaboracionistas y tontos útiles. El futuro (que ya es presente lastimoso en nuestro país) no puede estar supeditado a una nueva consulta electoral para elegir a concejales el próximo diciembre. Los mismos serán ineluctablemente meros “jarrones chinos”, desfasados, desubicados e inútiles. Su futuro será similar al de los cuatro gobernadores de oposición recién electos. Si para algo han sido, son y serán válidos, es para servir de vil comparsa a un régimen totalitario y moribundo. Quien los seguirá manipulando y manipularán como ha sido su vil costumbre para nada republicana, constitucional y democrática.

La unidad de la oposición (en sus diversos cogollos) es una utopía en la actualidad. Así se debe aceptar públicamente. Los partidos e individualidades preponderantes están dedicados exclusivamente a “ensalivar la boca profusamente con gula para poder engullir más harina”. La unidad debe ser construida, entonces, desde abajo. Con hechos y actitudes contundentes. Todos acorde con el rasgado texto constitucional aún vigente; quien está moribunda –paradójicamente– a la espera del puntillazo final. Utilizando todas las maneras y los modos conocidos establecidos por la propia Carta Magna. También con el conocimiento ancestral de los comportamientos políticos de todas las épocas que permitieron e hicieron viable el triunfo de la civilidad sobre la barbarie. Sin temor ni avergonzarse, como decía Andrés Eloy Blanco, al referirse al comportamiento de aquellas aves a  quienes les da pena cantar y trinar como a los otros pájaros.

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