Hurgo en las redes sociales sobre el 23 de enero de 1958, fecha en la que abandona el poder el dictador venezolano, general de División Marcos Pérez Jiménez y asume el gobierno una Junta Militar que preside el contralmirante Wolfgang Larrazábal, integrada por los coroneles Carlos Luis Araque, Pedro José Quevedo, Roberto Casanova y Abel Romero Villate; recompuesta 24 horas después luego de que se protesta la presencia de los dos últimos, estrechamente vinculados a la satrapía, y se integran a la junta dos civiles, Eugenio Mendoza y Blas Lamberti.

No encuentro el texto del discurso que lee esa mañana a través de la televisión –en blanco y negro– Larrazábal, cuya imagen se me graba y signa mi primer tropiezo con el hecho político. Friso los nueve años de edad.

La prensa atribuye el derrocamiento a la jornada cívica del 21 de enero y a la acción de las Fuerzas Armadas, si bien el desenlace lo pavimentan otras circunstancias cuyos efectos acelera el fraude electoral –plebiscito– del 15 de diciembre de 1957. Los ingresos fiscales petroleros merman y falta dinero para pagarles a los empresarios vinculados a la dictadura y, de suyo, a la clase trabajadora. Ha lugar a la ruptura del liderazgo dentro de las Fuerzas Armadas de Pérez Jiménez por su empeño continuista, quien da de baja a muchos de sus compañeros.

El alzamiento militar del primero de enero, a pesar de su fracaso, mineraliza en el imaginario la expectativa del cambio. Deja a su paso numerosos muertos, heridos y prisioneros. Es el inmediato detonante, que no sosiegan los dos cambios de gabinete realizados intempestivamente por el dictador antes de huir hacia República Dominicana.

Los titulares de los periódicos marcan el sesgo: la obra de la insurgencia popular o la obra del malestar en los cuarteles. En El Nacional se lee “Derrocada la tiranía”, mientras El Universal titula “Depuesto el régimen de Marcos Pérez Jiménez”. Desde el interior se aprecia mejor la confluencia de sucesos y el objeto que se alcanza: “Liberada Venezuela”, “El tirano Pérez Jiménez huyó cobardemente en avión”, dice El Impulso de Barquisimeto.

De modo telegráfico, El Universal resume los particulares del mensaje al país leído a las 6:00 am del 23 de enero: la junta asume el mando a las 2:00 am; se propone mantener el orden, la tranquilidad y la armonía entre todos los sectores del país; ordena liberar a los presos políticos, militares y civiles, comenzando con los detenidos del alzamiento del primer día; anula los retiros militares ocurridos desde el 31 de diciembre; convocará oportunamente a elecciones libres; da libertad de prensa, radio y televisión, y anuncia que dará continuidad a las buenas relaciones internacionales del país. En horas de la tarde se efectúa el nombramiento de ministros, entre civiles y militares.

Me llama la atención no encontrar digitalizada la obra Mensajes presidenciales: 1830-1973 de Antonio Arellano Moreno, que recoge lo dicho por Larrazábal. Navegando, como se dice, lo que sí me tropiezo a cada instante es con los discursos de Fidel Castro en Caracas, del 23 de enero del año siguiente. Ha venido a celebrar el aniversario del derrocamiento de la dictadura. Es recibido multitudinariamente por los venezolanos en el Aeropuerto Internacional de Maiquetía, donde aterriza en un avión de Cubana de Aviación pagado por sus anfitriones de Caracas.

“De Venezuela solo hemos recibido favores (aplausos)”, afirma. “De nosotros nada han recibido los venezolanos y, en cambio, nos alentaron durante la lucha con su simpatía y con su cariño; hicieron llegar el bolívar hasta la Sierra Maestra (aplausos), divulgaron por toda la América las transmisiones de Radio Rebelde, nos abrieron las páginas de sus periódicos y algunas cosas más recibimos de Venezuela (aplausos)”.

Observo, así, devaluada nuestra memoria sobre lo propio y a propósito de ese día crucial para nuestras libertades. Me contento con revisar la página de El Universal de dicha fecha, que salva lo sustantivo del pensamiento del contralmirante: “Las Fuerzas Armadas se creen en el deber de advertir a todos los venezolanos que el destino común de la democracia orgánica que necesitamos debe fundamentarse sobre la base de una identificación de la colectividad entre sí y con estos principios fundamentales: libertad dentro de la ley, unidad dentro del honor, generosidad dentro de la justicia… conducir(án) el país en esta contingencia por un camino de dignidad, respeto y consideración cabal de los derechos que integran la dignidad de la persona humana”.

60 años atrás, Castro, ya entremetido, busca fijarle otro camino a los venezolanos que hace mella para nuestra tragedia, la de ahora, y en toda la región: “Y al respaldarnos de esta forma apoteósica con que han respaldado hoy a la causa de Cuba, ¿qué es eso sino seguir las ideas de Bolívar? ¿Y por qué no hacer con relación a otros pueblos lo que se hace con relación a Cuba?”.

Su trampa dialéctica juega a la doblez zorruna –calcada en el narcorrégimen genocida de Nicolás Maduro– y con el cinismo desembozado de criminal: “¿Es que está mal que se arrastre a un esbirro? (Exclamaciones de “¡No!”). No, no está mal; pero nosotros le dijimos al pueblo: no arrastren a nadie para que los eternos detractores de las revoluciones no tengan pretexto para atacarla (…) basándose en los hechos que ocurren inmediatamente después del triunfo, y uno de los argumentos que usan son los saqueos y los hombres arrastrados por las calles (aplausos y exclamaciones)”.

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