El ciclo político colombiano debe verse en perspectiva de largo plazo. El siglo XXI se inauguró con una ruptura trascendental: el fin del bipartidismo y la elección de un presidente, Álvaro Uribe Vélez, que venía con dos particularidades, sería el primer presidente en la historia contemporánea que establecería una política de enfrentamiento radical al narcoterrorismo y sería también el primero en no tener una coalición mayoritaria en el Parlamento. De ambas peculiaridades salió victorioso.

No es una exageración afirmar que Uribe ha sido el eje central de la política colombiana en estas dos décadas, en primer lugar por haber sido el único presidente en mantener incólume su popularidad, aun después de salir de la presidencia, y en haber sido el que ha puesto los dos sucesores. Ya sabemos del garrafal error de la escogencia de Juan Manuel Santos en 2010, y del gigantesco fraude a base de mermelada, con el que este se reeligió en 2014. Los ocho años de Santos están plagados de monstruosos defectos, pero obviamente el más grande ha sido la entrega del país al narcoterrorismo. El pueblo colombiano quiso rectificar esa traición a la Patria, votando NO contra ese acuerdo en el plebiscito del 2016, y eligiendo a Duque en las pasadas elecciones, como el propio Uribe lo ha reconocido.

Si en algo coinciden todas las encuestas a lo largo de estas dos décadas es en el abrumador rechazo de los colombianos a los narcoterroristas y criminales de lesa humanidad de las FARC y el ELN y, en consecuencia, el gigantesco repudio a la impunidad que el acuerdo Santos-Timochenko, insisto, rechazado en el plebiscito, le concedió a las FARC. Hay realidades políticas, que se instauran en el ambiente institucional y que no pueden ser revocadas, una de ellas en la actualidad colombiana es que por el error estratégico del liderazgo del NO, de no haber hecho respetar la decisión popular y por el contrario negociar su implementación, lo cual fue aprovechado por los truhanes del farcsantismo para imponerlo vía una dictadura, es prácticamente imposible desconocer ese acuerdo, pues es ya una realidad “de facto”, aunque no “de jure”.

Por ello fue sensata la propuesta electoral de Duque, de aceptar esa realidad y prometer que no haría trizas ese acuerdo, pero sí que haría modificaciones fundamentales, por ello fue elegido por una amplia mayoría. Es cierto que Duque no tiene la mayoría en el Parlamento para implementar esas reformas sustanciales, que el pueblo colombiano anhela, para corregir el error de haberles dado impunidad, elegibilidad y asegurarles la continuidad de sus delitos de narcotráfico, secuestro, extorsión, violación de menores y un largo etcétera de crímenes de esos facinerosos de las FARC y que ahora se pretende reeditar con el ELN.

Pero también es cierto que, por el propio talante de Duque, la oposición castrocomunista se ha aprovechado de su intención de lograr consensos y está incendiando el país. Me parece un error estratégico el querer lograr consensos con quienes expresan enfáticamente una intención subversiva, así como seguir esperando muestras de paz y legalidad del ELN, mientras cometen a diario delitos de lesa humanidad.

Como decía al principio, la lectura del ciclo político colombiano actual debe ser leída en perspectiva de largo plazo. Por ello, considero que la dramática baja de popularidad de Duque (y no se ha mencionado mucho, pero Uribe también ha mermado su índice de favorabilidad), si bien tiene explicaciones coyunturales, como errores en lo del IVA a la canasta familiar y el problema de las marchas estudiantiles, ellas expresan una inconformidad más de fondo.

Es obvio que no se gobierna con encuestas, pero tampoco se puede menospreciar un generalizado estado de malestar en el sentir popular. El pueblo colombiano votó por Duque, básicamente para que se implementasen correctivos en el país descuadernado que dejó JMS, y en particular al estado de indefensión nacional frente a los criminales de lesa humanidad de las FARC y el ELN. Es frente a la realidad política impuesta que no se puede hacer esas reformas vía legislativa, porque no hay la mayoría y Duque, quizás por su propio talante, ha dejado así ese problema.

Ese error se está reflejando en el descontento popular. Apoyo férreamente al presidente Duque, pues lo considero un estadista honesto, capaz y bien intencionado, pero, precisamente por eso, considero que se le debe hacer ver el error de no palpar el anhelo popular de acabar con la impunidad del narcoterrorismo. El pueblo colombiano admira la firmeza en sus mandatarios, por eso es la abrumadora mayoría que ha tenido Uribe. Luego considero que el presidente Duque debe dar un giro fundamental en su hoja de ruta gubernamental, y propiciar medidas que demuestren firmeza frente al narcoterrorismo, incluso llamando al pueblo a ejercer como soberano primario, para implementar los correctivos necesarios al acuerdo de impunidad a las FARC.

Es que el pueblo es sabio, y los colombianos ven que el país está en una gran encrucijada: o se le aplica correctivos de inmediato a la entrega del país que Santos le hizo a las Farc y que el ELN pretende que se les haga a ellos también, o una vorágine de deslegitimación institucional, engendro de nuevas olas de violencia, sacudirá a Colombia, con consecuencias impredecibles. Está en manos de Duque enfrentar esta calamitosa situación. Estoy seguro de que lo hará con su habitual sabiduría y sensatez, y que en ello tendrá el apoyo de una abrumadora mayoría de los colombianos.


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