Se entiende que en la amistad y el amor, si no hay reciprocidad no puede hablarse de la existencia real de tales sentimientos; otro tanto debería entenderse en relación con el país al cual uno se debe en razón de origen y conciencia, pero en la práctica esa especial sensación de una pertenencia mutua no parece cumplirse, o al menos no es lo palpable en la actitud oficial hacia quienes habitamos este territorio.

Es cada día más acentuado el fenómeno de muchos profesionales jóvenes, que teniendo antecedentes de haber cursado dedicados y con óptimo rendimiento sus respectivas carreras en la universidad, o de haber realizado con méritos estudios de posgrado, que expresan hasta con desesperación el deseo o la necesidad de irse del país a la búsqueda de oportunidades de trabajo y desarrollo en otros lugares, y de seguridad para ellos y sus familiares.

Fuera de reportajes o artículos de prensa que se manifiestan de acuerdo con dicha actitud o la condenan, no hay de parte del Estado venezolano una respuesta concreta en cuanto al diseño de políticas que hagan sentir en la práctica que hay un espacio y unas condiciones apropiadas para ellos, y que de algún modo los disuadan de la idea de emigrar; sí, en cambio, abundan las constataciones que inducen a hacerlo, como las siguientes.

Es usual el maltrato mientras que la aclamación no parece reservada al mejor o al más competente, sino al más vivo y manipulador. Si hay duda al respecto –descontadas las honrosas y de hecho escasas excepciones–, revísense las credenciales de quienes ocupan curules y muchos cargos importantes de la administración pública, y se comprobará que aun en condiciones de semianalfabetismo se puede llegar a ser jefe de una fracción parlamentaria, o a presidir instancias o directivas con poder decisorio. Algo parecido sucede con más de un alto dirigente sindical a los que hemos visto prosperar económicamente, sin evidencias de haber trabajado ni un solo día en algún ámbito laboral. Suerte de combinación de poca instrucción y una viveza máxima, para el disfrute de una existencia financiada con el trabajo y sacrificios de otros.

Se identifica como persona con “espíritu de superación” a la de mayores ingresos, sin que importe a estas alturas el origen de las fortunas ni la rapidez de su acumulación. Y en dicho contexto, una definición actualizada del país podría resumirse en la expresión de uso común y tono desafiante: “¿Qué me vas a decir tú a mí?”; basada en el hecho de que los grandes delitos, los más rentables, suelen demandar la participación de cómplices, y como una lamentable consecuencia ha ido en aumento el número de quienes no objetan ni sancionan para no exponerse a recibir de regreso esa pregunta. 

Es perceptible el deterioro de la ética colectiva, con un sistema de justicia signado en unos casos por las complicidades, impunidades y excarcelaciones negociadas, y en otros por el encierro y abandono a su suerte de millares de seres, hacinados y humillados en asquerosos antros penitenciarios; con un Poder Legislativo que, además de lo sabido, ha tenido en su seno como senadores vitalicios a expresidentes de la República, algunos de los cuales antes que ser ejemplos de líderes para imprimir un sentido de elevación y un profundo contenido a lo político, fomentaron la picaresca nacional, abochornando al pueblo con su inocultable gusto por las maniobras y los arreglos coyunturales; y con un Poder Ejecutivo que arropa en mentiras, trampas, desidia y brutalidad represiva su condición primaria.

Asistimos al incesante agravamiento de la perversa situación que hoy padecemos y que a conciencia, digna y firmemente enfrentamos.


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