Una de las consecuencias del proceso inflacionario que vivimos se refleja en la pérdida del poder adquisitivo del salario. La remuneración no alcanza para cubrir los gastos ordinarios de una familia, especialmente cuando el valor de la canasta básica se incrementa día a día, los precios se disparan, el presupuesto familiar se resiente, lo que obliga a establecer prioridades.

La preocupación central se orienta hacia la adquisición de los alimentos, actividad cada vez más compleja, pues implica ubicar los diferentes puntos de venta, lo que lleva a desplazarse en la adquisición de los productos esenciales para alimentar al grupo familiar.

Obligados por las circunstancias a una dieta reducida, los mayores están concentrados en alimentar a los menores. De allí la pérdida de peso en los adultos registrada en las cifras recogidas mediante encuestas especializadas, lo que influye en los cuadros de morbilidad y mortalidad de la población en general.

El descontrol en los precios afecta también los costos de movilidad de la población, el incremento de los pasajes en el transporte público contrae aún más el nivel y la calidad de vida de los asalariados, demanda que se ha incrementado por la salida de circulación de vehículos particulares, afectados por la escasez de repuestos y los altos costos de reparación que obligan a la utilización de busetas, autobuses y el Metro en Caracas.

Inciden igualmente en las prioridades de gasto familiar los costos asociados a la salud, medicinas escasas y cada vez más caras, atención pública deficiente y la privada afectada por los altos precios de los insumos, la escasez y la falta de personal, producto de la emigración de recursos especializados, lo que obliga al diseño de diferentes estrategias para resolver los problemas, entre ellos la cooperación de familiares y amigos en el extranjero que colaboran con el suministro de las medicinas y en los casos extremos ayudas monetarias, especialmente en el caso de los adultos mayores, tal como lo pude comprobar en el acto de votación, donde la mayoría de los concurrentes explicaban a viva voz cómo lograban sobrevivir con la ayuda de hijos y nietos, y que sin ella les sería imposible subsistir a la pérdida del poder adquisitivo de sus ingresos, la mayoría pensiones y rentas que cada día compran menos.

De allí la urgencia de aplicar un programa de ajuste que recupere los equilibrios macroeconómicos, combata la hiperinflación y recobre la capacidad productiva. No hay tiempo que perder, la población empobrece y sufre ante la incompetencia institucional de la administración.


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