Hay ideas que pueden parecer muy románticas y por eso inalcanzables; poco prácticas, por lo pronto. Pero dichas por personas que han logrado algo en la vida, el aparente romanticismo empieza a vislumbrarse posible y eso es esperanzador.

Leyendo el discurso de gratitud por el premio Erasmo de Rotterdam que recibió Václav Havel en 1986, uno siente que es posible liberarse de regímenes opresores si cada uno empieza por creer en sí mismo. “Dicho sucintamente, cada uno de nosotros puede entender que incluso él –por más insignificante e impotente que sea– puede transformar el mundo. El misterio de ese imperativo estriba en la falta de credibilidad de la idea de que cualquiera de nosotros puede, como se dice, hacer mover el globo terrestre. Su lógica radica en que si no opto yo, tú, él, nosotros todos por ese camino, es verdad que no podrá moverse ni el mundo en que vivimos, que juntos creamos y del que somos responsables. Cada uno debe empezar por sí mismo, si esperáramos el uno al otro, ninguno llegaría a la meta. No es verdad que no sea posible: el poder sobre uno mismo, no importa cuán problemático sea en cada uno de nosotros conforme al carácter, al origen, al grado de educación y de toma de conciencia de sí mismo, es lo único que tiene hasta el más indefenso de todos, y a la vez lo único que no pueden quitarnos a ninguno. Es posible que el que lo hace valer no alcance nada. Pero es seguro que no alcanzará nada el que no intente ni eso”.

Los venezolanos tenemos que esforzarnos por creer en nosotros mismos. Nos resulta difícil imaginar un futuro mejor y que podemos salir adelante en medio de esta situación tan difícil. Tal vez la cadena de fracasos no ayuda a que veamos posible una salida, pero advertir que en la mente y en los corazones de muchos se oculta este mismo sentimiento es ya un estímulo para empujarnos mutuamente a creer lo contrario. Para sobrevivir ante tanto descalabro, todos hemos optado en muchos momentos por replegarnos sobre nosotros mismos, sobre nuestros intereses, necesidades urgentes e inmediatas y nuestras familias. Hemos buscado cobijo ante una intemperie tan sórdida. Visitamos amigos, nos reunimos en la privacidad del hogar con los nuestros para buscar la alegría que no encontramos fuera, en el deterioro social, en la experiencia de comprar comida y en las calles y ambientes tristes.

Hay que proponerse, sin embargo, sacar fuerzas que parecemos no tener y sí tenemos. Hay que unirse, aliarse, apoyarse mutuamente en los ambientes de trabajo, más allá de la privacidad del hogar, pues a todos nos pasa lo mismo. Para Havel, “estos regímenes no pueden con una sociedad civil organizada y fuerte” y, aunque suene repetitivo, hay que retomar esta verdad como la única que puede salvarnos. Hay que creer de nuevo que sí podemos tener el país que imaginamos.

Cuando Havel explica lo que representó la Carta 77 en el proceso de su país, dice que la gente “se cansó de estar cansada”. En ella se pedía a los dirigentes de Checoslovaquia adherirse a los principios que se habían comprometido a ratificar en la Declaración de la ONU sobre los Derechos Humanos. A raíz del acontecimiento que la impulsó “nació el ansia de resistir a la presión desmoralizadora del tiempo; de rechazar la esquizofrenia impuesta; rebasar el horizonte de los intereses personales y el miedo individual; salir de las trincheras de la vida privada y pedir la participación en la causa pública; no seguir elogiando el traje del rey desnudo sino, al contrario, decir la verdad; en suma, comportarse en consonancia con la conciencia individual y enderezarse simplemente como un ser humano. Fue un intento del humillado por levantar la cabeza, del silenciado por hablar, del engañado por rechazar la mentira, del manipulado por librarse de la manipulación. Fue un intento del hombre por plasmar los derechos que le pertenecen, por participar en la responsabilidad que le es negada, por encontrar nuevamente su dignidad humana y su integridad y, de esa manera, recuperar el respeto de sí mismo”.

Si hay sociedades que han logrado lo aparentemente imposible, ¿por qué no podríamos hacerlo nosotros? Falta confiar en nuestras potencialidades, determinarnos, asociarnos y aprender a trabajar en equipo desde la base, que son las familias, las comunidades de todo tipo y los lugares de trabajo, porque si dejamos que allí penetre la desconfianza entre nosotros y la falta de solidaridad ¿cómo podemos pretender otro país?

Todo empieza, pues, en uno mismo. En el propio corazón. Lo humano es abrirse a los demás y poner los propios talentos al servicio de la comunidad. Lo inhumano, eso a lo que llevan estos regímenes sembradores de odio y maldad, es cerrarse al otro por desconfiar en todos. Es cierto que el mal tiene fuerza, pero se devora a sí mismo si el bien al que se enfrenta es mayor. Si no, volverá con otro nombre y otro rostro. Por eso importa tanto fortalecer las relaciones humanas en momentos como los que vivimos. No hay otra salida. No hay país sin sociedad y nosotros somos más. Mucho depende de nuestra fuerza interior; de nuestra capacidad de saber que sí podemos.

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