I

Una de las cosas que más se grabaron en mi cerebro del doctorado de Ciencias Políticas de la UCV es lo que se llama aplicabilidad de la ley. La doctora Julia Barragán lo machacó durante un semestre completo y para mí fue una revelación.

Porque de qué sirve una ley, lo mal o bien redactada que esté, si regula absolutamente todo el espectro de la materia a la que se dedica, si se aprueba por unanimidad, si se escribe con consenso, cuando no se ponen a andar los mecanismos que la lleven a la práctica.

La gente no entiende que de eso depende que se cumpla, que el ciudadano común la respete. De esa aplicabilidad surge directamente la sanción para el que la quebrante, y esa sanción debe también tener asegurada la manera de aplicarla. Ese ha sido el mal de este país. Por eso alguna vez dije que lo primero es la justicia (¿les suena conocido?).

Ejemplos sobran. Hay una ordenanza en el área metropolitana de Caracas sobre convivencia ciudadana que de más está decir que nadie cumple. Esta norma “regula” los ruidos molestos y establece sanciones para el que los cause. ¿Alguna vez han tenido la necesidad quejarse de un vecino que no los deja dormir? Les reto a que lo hagan y obtengan respuesta.

Yo, por cierto, una vez lo hice, llamé a la policía, me obligaron a enfrentarme a los borrachos que no nos dejaban dormir, me ofrecieron una paliza delante de los agentes que ni se inmutaron, y para no vivir con miedo en mi edificio yo tuve que ir a la jefatura civil a firmar una declaración con la junta de condominio por si me pasaba algo. Ellos siguieron tomando en la entrada del edificio hasta que se mudaron. ¿Dónde está la ley?

II

Seguimos esperando a que las cosas se hagan solas. Que nos venga del cielo la ayuda. Somos enfermamente optimistas y miramos el 10 de enero como la hora cero. Lo mismo que con las cientos de leyes escritas que tiene este país. Está la intención, pero no la acción.

Todos amanecimos este primero de enero con la certeza de que habrá un cambio, aunque no estemos seguros de cuál será la ley divina que nos lo hará posible. Hay que tener esperanza porque es lo último que se pierde, dice la gente en la calle y cree firmemente en eso, mientras hace la cola por lo más mínimo o llena los potes de agua cuando se la ponen.

Y así va el dichoso pueblo de Chávez, tragándose las verdes y esperando que el tiempo traiga las maduras (y que lo ya maduro se pudra), como sin darse cuenta de que ya van 20 años de desgracia.

Hay que esperar sentado a que Trump amanezca con el apellido atravesado o que aparezca un líder en el horizonte que nos guste a todos o que lluevan perniles en el campo.

No, la ley no se aplica sola, tampoco el rumbo de un país cambia por efectos del clima. Eso de sentarse optimistamente a esperar no tiene mucho sentido.

III

Y mientras tanto, por allí una tienda muy famosa anuncia con bombos y platillos que en el primer semestre de 2019 van a inaugurar 125.000 metros cuadrados de locales. Si yo fuera una niña inocente, me pondría feliz con la noticia, porque al fin y al cabo son empleos que se generan, es actividad económica que tanto necesita el país.

Pero, como no soy inocente y tampoco optimista empedernida, enseguida me cae la locha: ¿cómo no abrir esa cantidad de nuevos locales si los dueños no tienen obligación sino de pagar sueldos de porquería a todo el que trabaje antes, durante y después de la apertura? ¿Con qué dólares traen la mercancía que se expende a manos llenas y a precios a veces innombrables en esas tiendas?

Concluyo como decía mi padre, aquí la única ley que se cumple a cabalidad es la del embudo, lo angosto para nosotros y lo ancho para los rojos rojitos.


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