El gran manipulador tomó los tubos de ensayo y utilizó las fibras propias de un pueblo ingenuo para encadenarlo al error. Con suma destreza viene mezclando elementos hasta lograr conseguir el potaje deseado. En las afueras del gobierno el desastre se asoma. Apenas a dos cuadras del palacio presidencial de Miraflores duermen niños en las calles del abandono. No existen sueños de grandeza, sino hambre que penetra hasta lo profundo. Un régimen perverso los hizo rehenes del desquicio nacional.

Mientras los niños sufren, los grandes personajes del gobierno disfrutan de los placeres del poder. Para aquellos no existe cama confortable, el piso callejero es su refugio cruel en revolución, quizás desde alguna lujosa ventana el obeso primer mandatario observará a los niños sin futuro. Aquellos son pantanal de huesos secos, mientras el heredero de la dictadura tiene que buscar modistos que estiren la tela.

¿Cuántos tenemos en la patria revolucionaria? Son miles, y cualquier estadística será la confesión de un fracaso de un modelo económico atascado en el brumoso pasado. Las versiones de la espantosa crisis tienen diversos ribetes y un solo responsable: el gobierno de Nicolás Maduro, un régimen que nos ha hecho naufragar en la pobreza. No existe ningún renglón oficial que pueda exhibir algún éxito. Tenemos campos arruinados y un pueblo muriéndose de hambre. 20.000 empresas han colocado candado con el idioma del quiebre. Son millones de desempleados que tienen los bolsillos rotos de inconformidad, en una nación con el mayor índice inflacionario del planeta donde es un crimen proseguir prendiéndole velas al socialismo.

Continuar acompañando el desastre nacional es ser cooperante de una tribu gobernante que no tiene escrúpulos. Es lamentable que la falta de conciencia haga que nuestro país esté en terapia intensiva.

La idiotez es la caricia del cómplice ramplón. Son aquellos que se quejan de su suerte, pero terminan abrazándose con quien les da la puñalada. Los vemos ahora haciendo kilométricas colas para recibir la identificación que los ubica como parte de los ratones de laboratorio. El hambre, en combinación con un pueblo ignorante, da como resultado: el carnet de la patria. Son filas de ciudadanos llevados como ovejas al matadero del país. Son censados como una nómina que chantajean a discrecionalidad. El régimen juega con la necesidad de la gente y los arrastra hasta su podrida ratonera. Allí la dignidad escasea como los productos de la cesta básica, cada chantajeado es tan redomado como el que lo corrompe. Ni hablemos de la dignidad que debe caracterizar a todo ser humano. La necesidad no puede justificar que un ciudadano se arrastre detrás de unos personajes malévolos que son el símbolo de la opresión.

Nuestra patética realidad debe servirnos para reflexionar con respecto al país que está en el útero del cambio inminente. Se requiere de gobiernos que impulsen el crecimiento económico de la mano de plenas garantías para la inversión sin olvidar el compromiso social con los más débiles. Enseñándolos a crecer para profundizar en su despegue definitivo, alejándolos de la dádiva que actúa para comprar sus conciencias y reducirlos al estatus de pedigüeños.

Quien no puede salir del empoderamiento ideológico terminará arrastrado ante las ínfulas de alguien. Toda su actividad atada a los vicios propios del populismo como fórmula para entenebrecer conciencias. Hace falta un relanzamiento de la nación hacia nuevas formas democráticas de construir una sociedad justa, dinámica y con la elevación de los estándares de vida…

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