Para quien haya estado atento a la evolución del proceso de la inteligencia, tanto a través de la modularidad de la mente iniciada por Allan Turing y seguida posteriormente por Jerry Fodor –bien sea desde el punto de vista filosófico (teoría del conocimiento) o desde la perspectiva psicológica (el desarrollo de la neurociencia)– el momento de la aparición del Ellis, una sigla de cinco letras que se desdobla como: European Lab for Lerning & Inteligence Systems, Ellis (Laboratorio europeo para la enseñanza y sistemas de inteligencia), el momento no podría estar más cargado de futuro frente a los cambios trascendentales que desde ahora es posible intuir.

Dicho en otras palabras, el cambio de época que se avecina va a ser de una trascendencia mayor aún que la que se produjo con el surgimiento del Renacimiento a partir de la invención de la imprenta.

Se suele especular sobre la escasa o nula influencia que ha ejercido la literatura como palabra escrita sobre los cambios de comportamiento en la humanidad, poniendo como ejemplo las obras de Shakespeare que reflejan con tanta exactitud a través se su obra dramática la condición humana, pero que no han logrado evitar, tal vez, ni un solo crimen. Pero tratándose de obras o de proyectos en las que la palabra va respaldada por números, la cosa cambia.

El Renacimiento entra en vigor con la llegada a la Academia Careggi del Opus Hermeticum de Hermes Trimegisto (de ahí la palabra hermético en su acepción de misterioso) de la mano de un monje de Bizancio que sería traducida por Marsilio Ficino, el director de la Academia Careggi fundada por Cósimo de Médici, el dux de Venecia. Al final de la primera página de ese tratado, que habla sobre la interpretación pitagórica de la naturaleza a través de los números, se leen las siguientes palabras: Qué quieres saber, ver, conocer y aprender mediante el conocimiento.

Pues bien, de lo que se trata ahora es del aprendizaje y manejo de los sistemas de la inteligencia –de la inteligencia artificial, IA en una palabra– frente a la competitividad a la que se enfrentan los europeos ante los avances en este campo por parte de Estados Unidos de América y de la República Popular China.

Se advierte de esta manera que Europa no está hoy a la altura de esta nueva revolución, y ello en desmedro del desarrollo tecnológico. Por tanto, lo que está en marcha es la creación de un laboratorio europeo para el aprendizaje y el desarrollo de la inteligencia artificial que involucraría los centros de enseñanza europea de mayor excelencia en combinación con los avances de la industria tecnológica europea. Europa necesita para ello crear centros de investigación y enseñanza, con el fin de llevar a cabo este cambio que va a producirse en el mundo, y disponer al efecto de los recursos económicos independientemente de la industria que suele financiar tales procedimientos en beneficio propio. Se trata de repetir con el Ellis lo que fue anteriormente el Laboratorio Europeo de Biología molecular, el EMBL, que ya se ha hecho acreedor de uno de los premios Nobel.

Y si tanto Estados Unidos como China andan a la caza de los mejores científicos en este campo, con salarios parecidos a los de los deportistas de élite en cualquier parte del mundo, Europa cuenta con este tipo de especialistas. Hace falta organizarlos de manera adecuada.

El Ellis tiene la finalidad, además de la investigación, de formar y de organizar maestrías y doctorados directamente en la especialidad de Inteligencia artificial. Para ello necesita crear centros especiados ad hoc, y esto supone disponer de un presupuesto de inversión de 100 millones de euros por cada laboratorio que se erija en las naciones donde vaya a funcionar el Ellis (Alemania y Francia, inicialmente) y de un presupuesto de funcionamiento de unos 10 millones anuales durante la primera década hasta lograr una consolidación razonable.

De momento, lo que hay sobre la mesa es un manifiesto firmado y apoyado por doce de los representante de los centros europeos más importantes de investigación relacionados con el campo de la inteligencia artificial: el Inria de París, las universidades de Tubinga y Cambridge, el ETH de Zurich, y el Inria de Grenoble, junto con el Instituto para los Sistemas de Inteligencia Artificial del Max Planck en Alemania, Tubinga y Stuttgart; la Universidad de Jerusalén, la de Ámsterdam y la Preirie de París.

La meta es clara: ponerse a la cabeza de lo que ahora existe en el campo de la inteligencia artificial. Por una parte, pero, por otra, desarrollar a nivel de posgrado todo un sistema de enseñanza con unos protocolos de ingreso muy exigentes para aquellos graduados en cualquiera de las disciplinas afines al tema que nos concierne.

De todas maneras, no olvidan quienes ahora están a la cabeza de este desarrollo lo que significaron en su momento las aportaciones de Alan Turing y de Jerry Fodor, tal como insinué al comienzo.

Turing había estudiado en Cambridge y fue el hombre que logró desencriptar los códigos usados por los alemanes en la Segunda Guerra Mundial. Era un matemático que, concluida la guerra, se dedicó a desarrollar una máquina de la inteligencia que dio origen al computador. No le fue bien en la vida después de todo, si se atiende a su trágico fin. Era homosexual y en aquella época las practicas homosexuales eran castigadas con prisión en Inglaterra, algo que le llevá al suicido a los 44 años. Jerry Fodor, que murió en noviembre de 2016, fue un filósofo norteamericano que adquirió una gran resonancia con su libro sobre la teoría modular de la mente en 1983 (The Modularity of Mind) y dio pie a investigaciones sobre una nueva etapa del funcionamiento del cerebro a partir de cómo lo hacían los sistema de computación en forma de módulos. Apoyándose en estas teorías, fueron significativos los trabajos complementarios de Steve Pinker sobre cómo funciona la mente, y los de Henry Plotkin sobre la evolución en la mente, en la idea de que se había llegado a resultados definitivos.

Poco tiempo antes de morir, Fodor dio unas conferencias en Italia, recogidas luego en un opúsculo en el cual asienta que, aunque no tengamos una base segura para suponer que la mayor parte de la mente sea modular, tampoco tenemos idea de cómo podría funcionar sin un conocimiento no modular. Desmentía así que se hubiera llegado a descifrar el funcionamiento de la mente.

Muchos años atrás, en la época en que Turing divulgaba su teoría, un filósofo español llamado Xavier Zubiri decía en referencia al cerebro que es un órgano que nos obliga a pensar.

La tendencia actual al neurocentrismo que trata de identificar el yo como sujeto de atribución de nuestros actos, identificándolo con el cerebro, está yendo demasiado lejos. Al final, la libertad humana está por encima de cualquier condicionamiento de esta suerte. Pero este es otro tema –del que hablaré en otro momento– sobre el cual tiene ahora la palabra el llamado neoexistencialismo, por unos, y neorrealismo, por otros.


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