Haber crecido en una familia con valores y principios es una bendición. Sin embargo a veces puede llegar a ser grande ese peso que llevamos de gran responsabilidad para con nuestros semejantes. En cierto modo, se nos convierte en seres privilegiados frente a un importante conjunto de la sociedad que, por no estar expuesto a un clima de bondad, afectos y ejemplos de tales preceptos, se comporta de manera pragmática en su cotidiano accionar, logrando trepar a posiciones de poder circunstanciales, al destruir las reglas de la sana convivencia.

Tal ha sido el caso de la sociedad venezolana agotada en sus esfuerzos de contención de la corrupción que, en sus periódicos embates de reparto del botín electoral, después de las tres primeras elecciones presidenciales democráticas desde 1958, practicó cada vez más desaprensivamente la doctrina del “no me des sino ponme donde haya”, la cual terminó por llevarnos al experimento, supuesto salvador del país, llamado Chávez Frías.

Será siempre una hechura humana la constitución de una nación con preeminencia de dichos valores y principios, que se traduzcan en instituciones capaces de lidiar exitosamente contra las desviaciones de los hombres, y el establecimiento de procedimientos eficaces para alejar las tentaciones de caer en los pecados de la corrupción contra el patrimonio público que terminan por empobrecer a la sociedad toda, no solo materialmente sino también en lo no menos grave que es su acervo espiritual, cultural y, en general, en calidad humana. Por ello, la buena guía espiritual está hoy mas justificada que nunca. De todas las iglesias, de todas las creencias.

En estos tiempos que corren el mundo ha sido testigo de la debacle de mi país: Venezuela. Ese que aprendí a amar de niño, y que para mal ya no existe de la misma manera, pero al que aún amo profundamente. Ese de mis familiares, de mis vecinos y compañeros de formación más cercanos. Ese del territorio del que disfrutábamos y compartíamos más que como vínculo natural, como lugar transformado en escenario de nuestro paso por esta vida, de momentos de alegrías, de tristezas, luchas, amores y experiencias. Ese de la cultura, de las letras y de la música. Ese país que ahora se esparce, sin querer olvidarse, por doquiera del globo terráqueo.

Más allá de las posibles salidas al drama que nos asfixia en estos momentos a los venezolanos. Más allá de la decisión que tome cada individuo sobre cómo reaccionar frente a esta suerte de locura colectiva en la que nos han convertido. Más allá de la comparación con lo que antes era síntoma de progreso cívico al participar en elecciones libres para la selección democrática de un mandatario-presidente de la República, están los valores y principios frente a los cuales tenemos que tomar posición y reaccionar.

La Conferencia Episcopal Venezolana se ha pronunciado para exigir la rectificación y la realización de verdaderas elecciones libres y democráticas, que se producirían hacia el último trimestre de este año. Con la inmediata libertad de los presos políticos, la rectificación para que puedan votar los ciudadanos que han tenido que dejar el territorio y las garantías que una calificada y nutrida observación internacional arrojaría, se podría reencontrar una oportunidad final para una solución de paz y de retorno hacia la democracia. Ese es uno de los ejemplos del deber ser que nos dan como guías espirituales los integrantes de dicha Conferencia.

Yo he decidido elegir esta recomendación de la Conferencia Episcopal como mi ¡elección de la verdad! He decidido recomendarles elegir a todas las familias con valores y principios de defensa de los derechos humanos, de los derechos cívicos y sociales, que aunque, y como es natural, mostremos diversidad de preferencias y pertenezcamos a variantes de distintos estratos sociales, con distintos patrimonios materiales resultantes, que rescatemos el orgullo de resurgir como familias dentro de una sociedad con un resto de patrimonio inmaterial compartido de afectos y de conciencia por la paz.

El tiempo se ha agotado. La continuación de la mentira y de la manipulación no es opción de salida. Nuestras familias venezolanas enferman, mueren y están sometidas a la tortura del hambre. La inmediata apertura de canales humanitarios, la apertura de las cárceles y la apertura del entendimiento y de la razón, con los valores y principios originarios, auténticamente bolivarianos, de nuestra Fuerza Armada y sus mandos militares que detentan el poder, deben asumir esta recomendación de nuestra principal institución, guía espiritual del país: la Conferencia Episcopal Venezolana. Ello nos exige de inmediato ¡elegir la verdad!

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