Tim Burton vuelve a Dumbo, una de las cinco grandes de la Disney. La cinta original fue estrenada en el año 1941, resumiendo el credo entrañable y estético de la compañía. Los animales se humanizaban en una pintura de una aparente raigambre naif.

La historia del pequeño elefante, de grandes orejas, encubría una estimulante metáfora de la aceptación de la diferencia, del crecimiento, de los años del new deal, y de un extraño escenario entre la primera crisis de la bolsa de valores (crack de 1929 mediante) y el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Los fanáticos recuerdan los ojos tiernos del animal y la espléndida secuencia de contenido psicodélico.

Era cuestión de tiempo para ver el remake, del filme, en la pantalla mutante del tercer milenio. Uno de los filones del emporio, en la actualidad, es el de producir versiones live action de su archivo de clásicos animados. Lo hizo con La bella y la bestiaMaléfica y El libro de la selva. Los críticos discuten la disparidad en los resultados. Unas veces son de cal; en otras la arena entierra el esfuerzo de la creación de espejos y derivados high tech. Por ahí vienen Aladino y El rey león.

La empresa gastó 170 millones de dólares en la producción de Dumbo 2019, obteniendo 76 millones en la taquilla doméstica de Estados Unidos, luego de 2 semanas de exhibición. A pesar de la abultada cifra, la economía del largometraje no ofrece una perspectiva promisoria para los inquietos inversionistas, quienes esperan el reembolso de su dinero en cuestión de 15 días. Así funciona el esquema hiperbólico y colosal de las finanzas en Hollywood. Pero las alarmas no deben encenderse todavía, pues siempre quedará la malla protectora del mercado internacional, cuyas bases sostienen a la estructura de muchos proyectos de la meca.

Disney es uno de los principales soportes del negocio de las salas en todo el mundo. Las cifras del 2018 lo demuestran en vista de los éxitos de Black Panther, Los increíbles y demás trabajos nominados al Oscar.

En pocas semanas, Avengers Endgame buscará refrendar su condición de multitanque y de franquicia rompe récords del universo de Marvel. Si a ello sumamos el lanzamiento de Toy Story 4, el Ratón Mickey consolidará su imagen del último Thanos de la industria, a la altura de su temible némesis de Netflix. Ambos libran la guerra mediática de nuestra era.

La complejidad bursátil puede opacar el rendimiento y la inquietud artística de la estimable Dumbo 2019, víctima segura de las redes sociales y de la ansiedad por cortar cabezas desde los ruedos de la generación de influencers epidérmicos, preocupados por intoxicar al fandom con sentencias lapidarias en lugar de analizar y matizar.

Burton cuenta con antecedentes, a favor y en contra. Su racha de obras maestras, en los ochenta y noventa, justifica cualquiera de sus regresos. Pero en la misma proporción, quizás menos, despachó piezas fallidas del tenor de El planeta de los simios y Alicia en el país de las maravillas, adaptando material ajeno, una de sus debilidades.

Objetivamente, Dumbo no vuela a la altura de su fuente de inspiración o de las cimas creativas del autor. Sin embargo, no es la réplica maltrecha vista por los haters del realizador.

El diseño del paquidermo logra despegar el asombro del espectador al involucrarlo con una historia de una sensibilidad universal. Cada vuelo del personaje emociona genuinamente, reconfortándonos con la revancha del pequeño freak, explotado por la dinámica perversa del circo. El espectáculo recibe, de parte del subtexto del guion, un merecido desmontaje y ajuste de cuentas en la forma de una toma de conciencia sobre los propios mecanismos de la fábrica de sueños.

Burton expone la pesadilla detrás del parque temático y del planeta de simulacros, de fake news, de pequeños dictadores encopetados. Sutil la inversión de roles de Michael Keaton, interpretando a un villano, y de Danny De Vito en el papel del antihéroe de la trama, como maestro de la ceremonia fellinesca de payasos melancólicos. Los dos actores fueron los adversarios, en roles opuestos, de Batman regresa.

Percibimos ecos de La Strada y rastros de la inocencia perdida de Georges Méliès. Burton dulcifica la miseria y el neorrealismo en el ánimo de conquistar el nicho de la globalización familiar del cine. Ahí se cifran las subidas y bajadas del argumento, con sus problemas de ritmo, a la luz del ensamblaje de la posproducción. Compaginar las escenas con el CGI no es tarea fácil.

Algunas lagunas se observan en el remate del tercer acto, cuando las circunstancias exigen la entrada del llamado de la selva de la corrección política. Con todo, Dumbo consigue alegrarnos el día en virtud de su mensaje de esperanza y libertad.


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