“I sing the body electric” (WALT WHITMAN)

Iba el otro día caminando por una larga avenida de la ciudad cuando vi aproximarse a un grupo compacto de caminantes. La forma en que se acercaba hacia mí no era normal. Ellos venían moviendo los brazos con brío y, a medida que la distancia entre nosotros disminuía –caminábamos en una misma dirección y en sentido contrario– noté el murmullo rítmico y disciplinado de los bastones de esquí que golpeaban el suelo. A la gente le gusta caminar, pensé. Este grupo de hombres y mujeres lo hacían regularmente. No era la primera vez que coincidíamos. Los bastones de esquí para caminatas de este tipo se conocen como bastones de trekking. Esta forma de caminar rápido como si uno fuese sueco o finlandés sin serlo; es decir, caminar con bastones de nieve sin nieve, se denomina marcha nórdica. He leído que estos marchadores ejercitan la corrección postural de todo el cuerpo mientras caminan. Parece ser que el hombre necesita muy poco para reinventarse. En una universidad española inventaron y patentaron hace unos meses un bastón electrónico capaz de generar electricidad a partir de una hélice acoplada en la empuñadura. Estará preguntándose para qué queremos tanta electricidad. La electricidad de ese bastón se acumula en una pequeña batería y sirve para recargar el teléfono móvil, entre otras cosas. Ya ve que sin teléfono no somos nada.

Sigo caminando. Rememoro la sensación aquella que tuve la primera vez después de haber conducido varios kilómetros y me bajé del coche. Al tocar la puerta para cerrarla, un cosquilleo me sacudió el brazo. Y es que los circuitos eléctricos son cada vez mayores. Esas pequeñas habilidades mecánicas que teníamos los hombres de girar la manivela de la ventanilla han ido desapareciendo. No nos molestamos mucho por estas cosas. Un botón y el zumbido fizzzz (subiendo) de la ventanilla nos deja satisfechos. Nadie levanta el capó del motor para comprobar el buen estado de la tapa del delco. No giramos la cabeza para estacionar como es debido, la cámara trasera del coche nos avisa. Esto se está poniendo feo. Abrimos y cerramos las puertas sin necesidad de una llave. Nadie gira la llave. Todos accionamos un mando a distancia.

Cuando salgo a la calle compruebo que mi smartphone está en mi bolsillo. Voy como un peregrino de WiFi en WiFi, me lanzo a Internet para buscar un nombre, una cita o un libro. Empiezo a asustarme. Hace dos días abría la nevera y volví a sentir cosquillas de esas eléctricas. Ayer abrí el grifo de la cocina y la parte metálica me dio un pellizquito. La televisión emite muchas luces. Demasiadas, creo. En casa, en el trabajo y en mi tiempo libre manejo ordenadores. Todos caminan con un teléfono en la oreja. El otro día sin querer le rocé la mano a la mujer con la que sueño y sentí un calambrazo. Ya no me extraña nada. Soy eléctrico man.


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