El proceso “electoral” lejos de resolver el problema político y constituir una salida, viene a empeorar la crisis. El desconocimiento de las democracias occidentales de los resultados electorales aísla al gobierno de Venezuela. A esto se añade la declaración de Henri Falcón de no reconocer los resultados y la posición de Luis Emilio Rondón, uno de los rectores del Consejo Nacional Electoral, al denunciar vicios en el proceso. Estamos ante una situación inédita: el candidato “vencedor” tiene un alto nivel de rechazo, como indican las encuestas, pero gana con 68% de los votos. Los resultados de las “elecciones” del domingo pasado constituyen el punto de inflexión de la revolución bolivariana y ratifican su fracaso rotundo.

A lo anterior se suma el descontento por la forma como fue conducido el proceso electoral: las denuncias formuladas por Falcón y Javier Bertucci sobre el uso de los puntos rojos y el escaneo del carnet de la patria, para controlar y presionar a los electores.Todo esto afecta la legitimidad del proceso.

Considerando la situación actual, que incluye: el control total de las instituciones constitucionales por parte del PSUV, el rol perturbador de la asamblea nacional constituyente, los conflictos internos dentro del chavismo, la división de la oposición, la hiperinflación, la corrupción, la inseguridad, los presos políticos, los dirigentes políticos inhabilitados y los partidos fundamentales ilegalizados y unas elecciones con carnet de la patria, voto asistido y puntos rojos, se puede afirmar que a los venezolanos nos esperan momentos difíciles.

Ante este cuadro, el candidato “ganador” en las elecciones plantea el diálogo. Desde luego que son ofertas impecables, si no fuese por el aroma a estratagema para aplicar la regla leninista de “un paso adelante, dos pasos atrás”; es decir, una táctica para ganar tiempo, lograr el reconocimiento internacional y esperar un mejor momento para implantar el Estado comunal (rectius: comunismo).

Los líderes de la revolución bolivariana se niegan a convivir con quienes piensan distinto por considerarlos “enemigos”, porque las categorías diseñadas por Carl Schmitt, es decir, la confrontación basada en el dilema “amigo-enemigo”, han sido fundamento de los régimenes totalitarios para perseguir, acorralar y destruir a quien disienta del modelo totalitario.

La ruina y la miseria no se deben al fracasado modelo de controles al estilo cubano sino a la acción del “enemigo”, el cual desarrolla una “guerra económica”. En este sentido, la quiebra de Pdvsa no se debe a la corrupción y al clientelismo -aunado con la ineptitud- sino al “imperio” que sabotea la industria. No escapa el uso de adjetivos para identificar a dicho “enemigo”; los más usados son “traidor a la patria” y “agente del imperio”. Buen ejemplo en la utilización de este lenguaje es el caso del misionero mormón Joshua Holt; no sabemos realmente de qué se le acusa, salvo la aseveración de los miembros del PSUV que alegan que se trata de un “espía” y un “mercenario”.

Para que la oferta de paz y unidad nacional -que patrocina el relacionista público del régimen José Luis Rodríguez Zapatero- sea sincera debe incluir, entre otras, la liberación de los presos políticos, revocar las inhabilitaciones de dirigentes y la ilegalidad de los partidos, así como el respeto de la libertad de prensa.

Aquí vale la pena recordar a Juan de Mairena (Antonio Machado), quien le decía a sus alumnos: “Todo es perfectamente empeorable”. Es lo que ocurre por el fracaso de la revolución bolivariana que inexplicablemente se sostiene en el poder, pese al rechazo popular evidenciado con los números anunciados por el CNE.

La experiencia vivida por los venezolanos prueba que el modelo de controles y expropiaciones no es viable y solo garantiza el hambre y la miseria. Ante este cuadro, la oposición no tiene otra opción que diseñar una estrategia unitaria dirigida a recuperar la democracia. El reto es romper la regla leninista de que el revolucionario toma el poder para siempre, porque “no está sujeto a ley alguna”.


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