Esta semana, la misma República Dominicana que en abril de 2016 le sirvió de escenario a Nicolás Maduro, Ernesto Samper y José Luis Rodríguez Zapatero para poner en marcha su apañada maquinaria “negociadora” con los jefes de la MUD, el régimen se dispone a propinarle la estocada final a la esperanza de restaurar la democracia y el Estado de Derecho en Venezuela.

Al escribir estas líneas, lunes en la mañana, se tiene la impresión de que esta vez no se realizará el encuentro pautado para el miércoles. La Cancillería había insistido en esta reunión con el objetivo de desactivar la reunión de este lunes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas de acuerdo con la llamada “fórmula Arria”. No lo logró y sencillamente ha preferido dar por terminada la partida, ya es inútil, al vetar la participación en el proceso de los cancilleres de México, Chile y Paraguay como padrinos de la oposición. En comunicado divulgado el domingo, la MUD reitera que su asistencia “está supeditada” a la presencia latinoamericana.

Sin duda, la suspensión de esta ronda de diálogo es una raya más para el régimen, pero no afecta el sentido de su operación. En cambio, deja al descubierto la insuficiencia sistemática de la MUD a la hora de encarnar los anhelos de los ciudadanos, a quienes después de la derrota aplastante del chavismo en las elecciones parlamentarias del 6D, se les prometió que a corto plazo (Henry Ramos Allup, al asumir la presidencia de la Asamblea Nacional, lo fijó demagógicamente en 6 meses) se cambiaría de presidente, gobierno y régimen. Al descrédito acumulado desde entonces tras pisar una y otra vez las mismas penosas piedras de las componendas, de la búsqueda desaforada de la cohabitación y finalmente del colaboracionismo alrededor de las urnas tramposas de las regionales y las municipales, el mito de la unidad como herramienta para sofocar cualquier brote de disidencia interna se vino abajo. Hoy en día el divorcio entre los dirigentes de PJ, AD, VP, UNT y AP y sus bases es un hecho que luce irremisible.

En artículo publicado el lunes en esta página, Ángel Oropeza, en su papel de coordinador político de la MUD, le sale al paso al cáncer que le corroe las entrañas a la alianza opositora. “Que esta estrategia de generar desconfianza y división con fines de dominio lo haga la clase política instalada en el poder es perfectamente explicable”, sostiene con el mismo sofisma de siempre. “Lo que no se entiende es que quienes se les oponen se sigan prestando a este juego perverso, que es la base de sustentación del modelo de dominación fascista”. Y como era de esperar, concluye con una tergiversación de la realidad política mucho peor al afirmar que ser opositor “comienza por reconocer que sin unidad lo único seguro que nos espera son 6 años más de Maduro”.

No solo miente Oropeza al culpar a quienes hemos señalado a la MUD de traicionar el mandato del pueblo y esgrimir la retórica del más elemental pensamiento único al acusar a quienes disientan de la línea oficial de la MUD, de prestarse al “juego perverso” de sostener al régimen. Pero hay más. Al anticipar una nueva victoria electoral de Maduro, la MUD extiende la culpa a quienes en el futuro continúan negándose a seguir comulgando con las ruedas de molino que confeccionan en Miraflores y distribuyen los dirigentes de la MUD, en papel de socios muy minoritarios pero socios al fin y al cabo, cuando son precisamente ellos, que no dejan de jugarse su futuro burocrático a las cartas de Maduro, quienes de manera perversa están dispuestos a garantizar la permanencia del régimen en el poder. Para eso, y para nada más, sirve la ficción de esta elección presidencial, con participación “opositora” por supuesto, ingrediente esencial para mantener con vida la falacia de que este régimen conserva su legitimidad democrática de origen. 


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