Julianne Moore seduce en la pantalla a cualquier edad. En el inicio de su carrera ascendente, cautivó al espectador con su imagen de mujer liberada y bohemia en la cinta Boggie Nights, sobre la industria del porno. El filme suponía la masificación mainstream del mercado del hard core, al cobijo de la movida indie.

La actriz se transfiguró, de inmediato, en un auténtico género cinematográfico. La presencia de ella brinda legitimidad cultural a los largometrajes de una generación de relevo en Norteamérica.

Entre sus obras mayores colocamos a los siguientes títulos en una lista de favoritas de la crítica: SafeMagnoliaFar from EvenChildren of MenA Single ManMaps to the Stars y Freeheld. En total, serían siete piezas para armar un ciclo de aliento y sensibilidad femenina, tomando a la estrella como referente y ejemplo de una filmografía marcada por la calidad interpretativa. Si es difícil hacer una sola buena película, imagínense el mérito de liderar no menos de diez proyectos exitosos.

La trayectoria de la artista consigue el reconocimiento global con el lanzamiento de Still Alice, un drama dedicado a las víctimas del mal del Alzheimer. La protagonista sufre las duras consecuencias de la progresiva pérdida de la memoria, afectando al resto de sus facultades físicas y emocionales. Sin embargo, el personaje logra conservar su dignidad como profesora de lingüística.

El trabajo corporal y sentimental de Julianne Moore le permite ganar el primer premio Oscar de su vida en 2014, un año de plena consagración para la también escritora y productora de Hollywood.

Desde entonces, la vimos bajar un poco la guardia al acompañar filmes menos logrados y hasta serializados, con un fin estrictamente pragmático de ayudarle a pagar las cuentas. Es el caso de su participación en dos entregas de Los juegos del hambre. En 2017 pudo tocar fondo con las masacradas Kingsman: The Golden Circle y Suburbicon, ambas lastradas por conceptos manidos de argumentación.

El estreno de Gloria Bell, en abril de 2019, trae de regreso el mejor desempeño histriónico de la encantadora mujer de la cabellera rojiza y la sonrisa contagiante, a sus 58 primaveras.

El único aspecto polémico, a la hora de plantear la reseña, es el carácter derivativo de la película, al tratarse de un remake de la Gloria original del cineasta chileno Sebastián Lelio, quien es conocido por recibir la estatuilla dorada por el impacto transgenérico del largometraje La Mujer Fantástica.

Aún así, la nueva versión despierta una empatía inmediata, gracias a la certera dirección del autor del país austral, cuya labor radica en revisitar su propio material con un casting radicalmente diferente. Por ende, surge una ramificación, una piel distinta a partir del mismo origen, alumbrando un contenido espejo capaz de potenciar a la matriz de la fuente de inspiración.

La idea, por tanto, se resemantiza en el cambio de contexto. El guion imprime las variaciones del plot fundacional, generando otras capas de significado.

La señora quiere romper con su aislamiento e insatisfacción. La rodea un entorno tóxico de pretendientes divorciados y familias disfuncionales. Busca la felicidad a toda costa en amistades y situaciones incómodas. Somos testigos de su desarraigo, de su alienación, de su dificultad para comunicarse y conectar.

La cámara registra su melancolía en planos cerrados, acentuando el desgarro a través del fuera de campo. Las relaciones líquidas, de un mundo hipermoderno e inestable, condicionan el ritmo de la historia.

El amor del hombre, del príncipe otoñal, no calma la angustia y el vacío existencial de la articuladora del relato. Los no lugares tampoco, independientemente de su fama. El tiempo cumple con recrudecer la percepción de una realidad montada con base en cuestiones endebles, a rutinas, a exigencias, a imposiciones absurdas.

Gloria Bell, después de las promesas, acaba encontrando la redención en su autodescubrimiento, como mujer plena y libre de ataduras.

Es una clara metáfora del segundo aire de la hermosa Julianne Moore. Es una declaración de principios de la compañía productora Fábula, rebosante de autonomía y espíritu de reconstrucción. 


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!