En 1980 iniciamos en la Universidad Central de Venezuela los trabajos en un centro de investigaciones que con los meses llegaría a tomar el nombre de Tebas, poniendo en corto una serie de talleres de educación básica. Con el tiempo aquello se estabilizó y adoptó cierta formalidad académica, adscrito a la Cátedra de Filosofía de la Educación de la Escuela de Filosofía.

Se discutió desde muy temprano el término dignidad, en relación con el nombre que debería dársele al proyecto de cambio educativo que allí se incubaba, acordamos llamarlo Educación para la Dignidad. El tiempo y la tragedia que ahora vivimos terminarían por reforzar la justeza de haber tomado el término dignidad.

El hambre, la mengua, la incertidumbre y el peregrinar negativo de la gente huyendo del país nos hablan de dignidad negada.

La dignidad es tal vez el más relevante de los valores éticos y lleva a pensar en el necesario respeto y reconocimiento del ser humano como persona. Encierra mucho más que supervivencia: es la vida social y el soporte de otros valores éticos necesarios: participación, solidaridad, diversidad.

La negación de la Constitución, el atropello a los poderes que de esa constituyente se desprenden ya implican negación de la dignidad. Pero, no conforme con eso, la dictadura quiere subrayar su poder con símbolos, carnets y manifestaciones ostensibles de poder. Es el uso cada vez más fastidioso e inoportuno de los medios de comunicación, el trajín con los símbolos históricos, las corruptelas y despilfarros de los bienes de la nación.

Es muy largo enumerar los daños, pero el mayor es de orden ético. Un país descuadernado, de cohesión extraviada, de instituciones y liderazgos agotados.

Así vistas las cosas, la reconstrucción o, mejor, la construcción es una tarea principalmente educativa. Es el logro de valores que sirvan de grandes referentes a esa necesaria recohesión y competencias que fortalezcan los modos comunicativos y las formas de producción de riqueza.

Las universidades están deshilachadas, las escuelas ruinosas y los docentes en penuria. No obstante, cosas importantes ocurren: grupos y organizaciones vienen surgiendo y trabajando, artistas plásticos, músicos, centros de discusión, deportistas. Suerte de emergencias del futuro autogestionadas y autofinanciadas, en sitios y espacios muy variados, con temarios y problemas de otro orden y novedad. No aparecen en los medios habituales, pero sí es posible encontrarlos en las redes. Son ambientes de irreverencia, búsqueda y cultivo, que, alejados de la petrofilia, encuentran en sus propios esfuerzos el cuido de la necesaria dignidad. Uno de ellos es el llamado Macolla, cerca de la esquina de Zapatero en La Pastora. En el quinto piso de una casa remendada, con escaleras desafiantes y terraza desde donde se puede tratar de descifrar el archipiélago de techos desafiantes del híbrido barrio. Se reúnen, discuten, sueñan, hacen exposiciones y charlas y hasta reciben huéspedes del interior.

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