El gran escritor francés Michel Houellebecq en su novela Sumisión narra una situación política ficticia, en la cual el partido socialista, ante la amenaza de una victoria de Marine Le Pen, decide aliarse con un grupo político denominado la Hermandad Musulmana. El jefe de este movimiento es Mohammed Ben Abbes, un político inteligente y el más “hábil y retorcido desde Mitterand”, quien, en definitiva, vence en la contienda electoral, como consecuencia de su alianza con los socialistas.

Mientras los socialistas y el grupo de Ben Abbes negociaban su pacto político, el astuto musulmán pidió el Ministerio de Educación y dejó de lado el interés por los demás ministerios. Lo que le interesaba era el control del sistema educativo porque era la manera más eficiente de incrustar sus dogmas religiosos en las nuevas generaciones y de esa manera someterlos a perpetuidad.

Esta novela de Houellebecq demuestra que el cambio trascendental de una sociedad pasa por el sistema educativo. Es a través de la educación como se puede dar un salto hacia adelante o hacia atrás. La cultura política se define por medio de los programas educativos que se imparten a sus ciudadanos. En el caso venezolano, el exagerado culto a Simón Bolívar se repotencia en los textos educativos, al tiempo de estimular la adoración al héroe de la Independencia en lugar de fomentar el sentido crítico sobre los hechos históricos. Igualmente se exagera cada vez más la historia militar, y se pone en un segundo nivel la historia anterior, la época colonial, en la cual se forjó la base de nuestra identidad.

La vocación militarista de Venezuela encuentra base de apoyo en la manera como se han diseñado los textos de la Colección Bicentenario en los cuales se privilegia la vida de Hugo Chávez y se le resta importancia a los líderes civiles que participaron en la construcción del país (Véase Nuestra historia republicana, Nivel Educación Media, p. 168 y ss). Como buen ejemplo de esta tendencia, tenemos el tratamiento dado a la conmemoración del bicentenario del natalicio de Ezequiel Zamora y de Cecilio Acosta. Al primero se le rinden homenajes con pompa; al segundo se le ignora, pese a que “es, sin duda, la referencia filosófica más importante de la Venezuela del presente”, como lo calificó el profesor José Rafael Herrera en su artículo titulado “En busca de la civilidad” (El Nacional, 18/1/2018).

El cambio del nombre de Venezuela, sustituir la imagen de Bolívar recogida en el retrato de José Gil de Castro por una distinta, con un rostro desconocido por los venezolanos, no es otra cosa que manipular la historia para ponerla al servicio de un proyecto político. En la formación de la cultura política del venezolano es fundamental prestar atención a lo que está ocurriendo con el culto a Hugo Chávez. En este sentido, llama la atención que la citada Colección Bicentenario pretende enseñar la historia de manera sesgada. En este sentido, presenta el Pacto de “Puntofijo” como un hecho negativo, al tiempo que eleva la figura de Hugo Chávez a la categoría de líder mesiánico. Desde luego que el puntofijismo obedeció a la visión de los líderes civiles que en el año 1958 decidieron sellar un acuerdo para darle estabilidad a la naciente democracia.

El valor de la educación como derecho humano se contrapone a la imposición de una visión única de la historia con fines políticos. La democracia es necesariamente plural, por tanto, también la educación, la cual, como lo dice el artículo 102 de la Constitución, se fundamenta “en el respeto a todas las corrientes del pensamiento”. Sumisión, la novela de Michel Houellebecq, nos invita a esta reflexión.


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