Siempre se ha considerado el núcleo familiar el que forman las personas más cercanas, que influyen directamente en el desarrollo de los seres humanos. Por esto, constituye el contexto primordial en el que asimilamos las habilidades básicas en todas las áreas de la vida, tanto perceptivas como cognitivas y emocionales, facilitando el  crecimiento individual, que seamos más productivos, aprendamos a comunicarnos y a  establecer relaciones adecuadas, así como otras capacidades necesarias.

Allí se instituye la formación de valores fundamentales, la personalidad, el carácter de los individuos, para así, definir su actuación con respecto a sus parientes, a su actitud en la vida y a su conducta ciudadana. Esas experiencias definitorias son parte del aprendizaje que influye más que cualquier otro grupo social, dejando una huella en su naturaleza, su conciencia, su  desempeño social  y  su funcionalidad.

No existe ningún espacio educativo que pueda sustituir el poder y la potencialidad que ofrece el aprendizaje en el hogar. La educación académica brinda conocimientos técnicos, teoría, métodos y la cultura necesaria para lograr un desempeño productivo en la sociedad.

En este sentido, los padres son maestros por excelencia, pues representan modelos para sus hijos, quienes aprenden observando su comportamiento, su carácter,  sus actitudes, codificando esta huella a lo largo de su vida.

Ese papel que desempeñan en su formación no puede ser  delegado en otros, pues ellos necesitan contar con este contexto de aprendizaje para su existencia, para aprender a asumir sus responsabilidades y la disciplina que exige la vida productiva.

Existen enseñanzas naturales transmitidas en la familia que no se pueden relegar a la escuela, como la formación de valores. El hogar debe ser el mejor ejemplo, pues fortalece modelos a seguir, edificando una conducta apegada a los principios fundamentales.

Los padres deben considerar que es necesario demostrar amor, solidaridad, afecto, honestidad, justicia, respeto, tolerancia, dentro y fuera del grupo familiar, reconociendo que los valores son importantes para que los hijos sean felices y crezcan en un ambiente armónico y así formarlos como individuos correctos.

Por otro lado, el mejor testimonio para la educación familiar basada en valores es la coherencia que deben demostrar los progenitores mediante una actuación adecuada. Así mismo, una formación respetando los valores enseña a los niños a enfrentar los problemas presentes o futuros de manera exitosa y con criterios éticos.

De esta manera, contar con valores facilita que los niños y los jóvenes fortalezcan el sentido de responsabilidad para construir su propia autonomía y tomar las mejores decisiones. Igualmente, practicar los valores permite que queden bien inculcados en los hijos y fomentan un ambiente equilibrado para formar mejores personas.

Como se observa, la familia es ese espacio insustituible en el que los individuos obtienen la formación básica necesaria para su desenvolvimiento en la sociedad. Por eso,  es el mejor semillero para sentar las bases y formar personas aptas, no solo para avanzar y surgir en la vida, sino también para aportar a la sociedad lo mejor de ellos mismos.


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